Cuando las parejas deciden casarse legalmente, lo hacen por diversas circunstancias como “tener estabilidad”, tener la estadía en un país, obtener una beca, asegurar el futuro, miedo a la soledad, obtener una nacionalidad para poder trabajar, consolidar una relación, cumplir un requisito cultural y familiar, por un embarazo imprevisto, o bien, por el gusto de celebrar el amor. De manera inconsciente puede ser por la necesidad de “tener algo”, de sentirse segura, para ejercer su sexualidad sin culpa, de “validarse” como hombre o mujer, y/o por ocultar su preferencia sexual, entre otras.

En la historia, el casamiento se ejercía de manera autoritaria ya que las y los contrayentes no podían negarse a ser la vía, dentro de las familias afamadas, para mantener el estatus social, acrecentar el poder y su economía, además de garantizar su valía en la trascendencia de sus apellidos.  

Como sea, regularmente se toma la decisión en un contexto donde el enamoramiento esta en todo su esplendor, lo cual no permite mantener el sentido de realidad y pensar un poco a futuro. Se piensa que será para toda la vida y desde el amor romántico, que nunca tendrán conflictos porque “el amor lo puede todo”.

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La falsa idea del amor romántico

Históricamente desde los roles tradicionales, las mujeres crecemos con la idea de ser cuidadas y que al casarnos “alguien” se hará cargo de nosotras, solucionándonos la vida, de ahí la frase estereotipada de “para qué estudias y te desarrollas, si te harás cargo de tú casa”. Al casarse se construye un “patrimonio conjunto” con la pareja, y según estadísticas, casi siempre queda en desventaja la mujer al terminar la relación, además de quedarse con los hijos e hijas para su cuidado, si los hay. Lo cual le dificulta la inserción al campo laboral para construir su autonomía.

Algunas circunstancias que llevan a las parejas a separarse son, la falta de amor, un engaño, desavenencias, la violencia, la falta de comunicación y acuerdos, la rivalidad, la competencia, entre muchos más.  Según el INEGI, el divorcio se incrementó en 2019 en un 57.26%, en tanto el índice de matrimonios disminuyó un 24.68%. Por cada 10 matrimonios en la CDMX, se registran cuatro divorcios, y con el confinamiento seguramente crecerá este porcentaje en este 2020. 

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El divorcio y la salud mental

El divorcio se vive como un “fracaso” desde la idea del amor romántico, el cual considera que es para siempre. No se mira como un derecho a ejercer, que da la posibilidad de mejorar la calidad de vida y la salud mental. Su tránsito se vive de diferente forma, regularmente es muy desgastante por el trámite a seguir y el duelo de la separación. Así que de los cónyuges, quién tenga menor capacidad de enfrentar el duelo mostrará mayor violencia y pondrá en peligro a los hijos e hijas, así como a su expareja.  Puede volverse un campo de batalla, donde cada uno, una, a su manera desea “vencer” al contrario. Para otros, es un mero trámite, o un alivio, otros más, omiten el trámite quedando como bueno amigos, y los menos lo realizan de manera amorosa, aun cuando lamentan la separación. 

Las leyes en materia familiar han avanzado mucho, también desde la perspectiva de género, sin embargo, en la práctica siempre nos encontramos vejaciones hacia las mujeres nuevamente. Por ley y derecho, ahora los hijos e hijas pueden quedarse con el padre o la madre a fin de no seguir reproduciendo los estereotipos tradicionales.

¿Qué enfrenta una mujer al divorciarse y compartir la custodia de los hijos e hijas que se quedan con el padre?

No es una decisión fácil, ya que impactará en la estructura de diversas esferas de su vida, desde los roles y estereotipos tradicionales.

Socialmente, tendrá que hacerse cargo de sí misma, en el sentido de reconocerse como un ser social, puede ser sancionada por “dejar” a los hijos ya que la mujer-madre los cuida “mejor”, entonces serán vistas como malas mujeres, o bien, como las pobres que se quedaron solas, así que “tendrán” que esforzarse para demostrar lo contrario a diferencia de los padres.

Emocionalmente tendrán que integrar a su ser madre, el ser mujer, el ser profesional y todos los seres que se desdibujan regularmente en el maternaje, tendrá que aminorar la culpa que le genera dicha decisión, aun cuando por Ley es su derecho, lidiará con el miedo de salir adelante “sola”, somatizará a través de accidentes o malestares como una forma de castigarse inconscientemente, tendrá que lidiar con el acoso de estar soltera y necesitar una nueva pareja para que la cuide.

Económicamente, además de haber cedido la casa habitación para los hijos y el ex marido, tendrá que proporcionar el 35% de su salario, y tendrá que buscar un nuevo lugar para vivir, pagar renta y sus servicios, lo cual me parece inequitativo todavía en esta Ley.

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Finalmente, no es un tránsito fácil para las mujeres que se “atreven” a ejercer su derecho, y que aun teniendo un vínculo cercano y amoroso con los hijos, deciden romper con los estereotipos, mostrándoles que el amor no tiene que ver con seguir en una relación que no es satisfactoria y amorosa, y que la crianza también puede ser asumida por el padre, que la cercanía permanecerá pese a vivir en un lugar diferente y que es el tiempo de crear nuevas formas de compartir la crianza sin tener que “sacrificar” la vida personal, lo cual puede ser un gran regalo para las nuevas generaciones.   

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr