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Varios semáforos atrás

No retrocedamos en lo que se estaba logrando, por no saber esperar. No cambiemos lo más por lo menos, por no saber esperar. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Recuerdo como en una nebulosa el inicio de la pandemia. Creo que la palabra que mejor describiría esas primeras semanas fue: confusión. La incredulidad. La sorpresa. Sí, el miedo. Suponíamos que sería breve. ¿Un mes? ¿dos meses? Que el encierro durara tres meses parecía demasiado. Imposible asimilar que un bicho se extendía imparable por el mundo entero, que se apropiaba de los cuerpos con consecuencias desde invisibles, hasta mortales. Que nadie sabía de dónde salía ni cómo combatirlo. Circulaban consejos: las más eficaces marcas de cubrebocas y desinfectantes. ¿Serían útiles los guantes? Una persona podía contagiarse por un estornudo. Por las partículas en el aire cuando una persona hablaba. Tal vez, al tocar superficies infectadas. Lo mejor era lavar meticulosamente todo lo que entrara a la casa. Corríamos un peligro grande e incierto. 

Columnas informativas. Tutoriales. Uno de mis hijos recogía el supermercado en la banqueta y lo subía al departamento. Como en la mayoría de las familias seguimos los consejos que circulaban, quienes podíamos trabajar desde la casa dejábamos el trato presencial con el mundo exterior en manos de los jóvenes. Y en la casa, nos manteníamos distantes. A una amiga se le ocurrió que nuestras comidas rituales sucedieran por videollamadas. Allí estuvimos puntuales, medio incómodas y muy seguras de que era una gran idea que pronto se volvería innecesaria. Más de un año de acompañarnos a distancia a través de la pantalla. Qué pesadilla larga. Qué catástrofe para decenas de miles de familias. La economía tiembla. Los pagos no llegan. Los negocios cierran. Lo escribo y siento que describo una alucinación. Para fin de año por lo menos sabíamos que habría una vacuna. Ante la amenaza abierta al infinito se asomaba la posibilidad de un límite.

Llegó la vacuna. Contamos los días para volvernos a ver, poder acercarnos a nuestras personas amadas. Abrazarlas, aunque fuera rapidito. Con muchos cuidados. No era tiempo de cantar victoria, sino de disfrutar lo que habíamos avanzado. Un poquito era mucho, si sabíamos apreciarlo, después de tanta incertidumbre y tanto encierro. Me sorprendió que pasáramos a semáforo verde en la Ciudad de México. Resultaba demasiado inquietante. Prematuro. Aumentaron las personas sin cubrebocas por las calles. Se van olvidando las distancias. La mayoría de la población no está aún vacunada y ese dato duro tomaba de golpe aires de irrelevancia ante la carga simbólica del color verde como la llegada de la libertad. "Ya estamos en semáforo verde", parecía implicar un "como antes" que estamos lejísimos de alcanzar.

Y, bueno. No funcionó. Todo este tiempo ha sido difícil el equilibrio entre la economía y la salud. Entre las necesidades de abrir los espacios y los riesgos del contagio. Tenemos que escuchar la advertencia. Replegarnos. Sostener los cuidados. Regresamos a las videollamadas. Circulan de nuevo análisis que auguran una tercera ola de contagios para septiembre. Qué desánimo imaginar que podría regresar el sonido constante de las sirenas de ambulancias. Todo ese daño. Todo ese dolor. Esa pesadilla. Por no cuidarnos más, por precipitarnos. Por correr cuando protegernos es ir caminando a pasitos muy lentos. A veces, "la libertad" es un abrazo con cubrebocas, una comida a dos metros de distancia. Un paseo al aire libre. Y, es muchísimo, después de lo que hemos vivido. Si sabemos apreciarlo y agradecerlo. No retrocedamos en lo que se estaba logrando, por no saber esperar. No cambiemos lo más por lo menos, por no saber esperar.