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Trabajo sexual y covid-19, omisiones letales

La crisis sanitaria derivada de la enfermedad de covid-19 cimbró las realidades de miles de personas dedicadas al trabajo sexual. | Leonardo Bastida

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Escrito en OPINIÓN el

Jaime no estuvo la tarde del 5 de agosto. Contrario a la costumbre, no llegó. Por primera vez en 22 años, no se hizo presente en el XXIII Encuentro Nacional de la Red Mexicana de Trabajo Sexual. Ni siquiera por que fue virtual se sumó. Este año, su voz no fue la que leyó las conclusiones finales. Ni la que convocó a los medios de comunicación. Ni la que conforme se leía el reporte de la jornada de trabajo, se enardecía al denunciar las adversidades sociales y políticas a las que se enfrentaban centenas de mujeres dedicadas al trabajo sexual. 

Trabajo sexual, un término polemizado en muchos sectores, pero que desde hace más de 30 años, Jaime Alberto Montejo Bohórquez, Elvira Madrid Romero, Rosa Icela Madrid Romero, y años después, Arlen Palestina Pandal, han reivindicado en aras del reconocimiento de los derechos humanos y laborales de quienes se dedican a dicha actividad, así como su dignidad. 

Diferenciándolo de la trata de personas con fines de explotación sexual, siempre cuestionando que otras personas se aprovechen de las situaciones y las condiciones de otras personas, de su sexualidad, de su labor, de su intelectualidad, evitando que sean vulnerables a los grupos de tratantes, quienes suelen hostigarlas al saber que trabajan de manera independiente.

Sociólogo, periodista, promotor de salud comunitaria y defensor de derechos humanos, pero también poeta, Jaime derramó versos como el siguiente: “Entrar al páramo, es como enterarse que uno forma parte/ del espejismo del agua de la carretera/cuando la boca reseca/bebe tu propio sudor”. 

En hoteles de paso, en la azotea de algún edificio del Centro Histórico de la ciudad de México, en algunos otros estados de la República Mexicana, impulsó estos encuentros para visibilizar la situación a la que se enfrentan las personas que ejercen dicha labor. De estos encuentros se supo del asesinato de trabajadoras sexuales en diferentes entidades federativas, del constante acoso policial hacia ellas, de las violaciones sexuales por parte de las autoridades policiacas, de la constante extorsión de autoridades gubernamentales, del uso de los condones como prueba para acusar a las personas de trata, de la falta de insumos para la prevención del VIH, de la constante venta de tarjetas sanitarias por parte de las autoridades para permitir el ejercicio de la labor, pero negándoles el reconocimiento de sus derechos, incluido el de la salud, de la búsqueda de los gobiernos por el control de las zonas de comercio sexual, de la colusión de los mismos con las redes de tratantes, garantizándoles impunidad.

La historia es larga. Jaime, Elvira y Rosa Icela fundaron Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” hace más de 30 años en los alrededores de la iglesia de La Soledad, corazón de La Merced y la Candelaria de los Patos, acercándose a las trabajadoras sexuales de la zona para brindarles información e insumos para prevenir infecciones de transmisión sexual, principalmente VIH, y al paso del tiempo, ayudarlas a subsanar otras necesidades, de varios tipos, incluyendo su reconocimiento como trabajadoras no asalariadas, logrado en febrero de 2014. 

No hubo adversidad que detuviera la realización del XXIII Encuentro Nacional de la Red Mexicana de Trabajo Sexual desde 23 estados de la República se conectaron a través de un aula virtual distintas representantes, para discutir, por horas, lo que ha ocurrido en el último año en la agenda del trabajo sexual. Pudieron haber sido las mismas demandas escuchadas por años, sin embargo, la crisis sanitaria derivada de la enfermedad de covid-19 cimbró las realidades de miles de personas dedicadas al trabajo sexual, al verse impedidas de continuar con su labor.  

En el caso de la ciudad de México, a principios de abril, de manera intempestiva, se determinó el cierre de todos los hoteles, muchos de ellos, donde se ejercía el trabajo sexual, dejándoles sin oportunidad de obtener un sustento ni oportunidad de pensar en una alternativa.

Como parte del resolutivo final, leído por la abogada de la organización Arlen Palestina Pandal, se compartieron algunas de las vicisitudes derivadas de esta crisis. Como el desorden causado durante las entregas de tarjetas de apoyo dadas por el gobierno de la ciudad de México, pero que sólo consistieron en mil pesos para afrontar la situación que se ha extendido por ya cuatro meses. 

Aquellos días, se entregaron miles de expedientes, pero muchos no aparecían al momento de la entrega de las tarjetas. Brigada Callejera denunció que más de 150 no fueron atendidos en ninguna de las cuatro jornadas a pesar de que se entregó la documentación completa. No se cumplieron las medidas sanitarias establecidas, propiciando la posibilidad de infecciones, poniéndose en riesgo.

Filas de cuadras y cuadras de mujeres, en su mayoría, desbordaron la situación. Muchas de ellas vieron a esa tarjeta como una salvación, pero ha sido insuficiente y han regresado a las calles a buscar un ingreso. Algunas dieron varias vueltas antes de recibirla. Muchas se expusieron a situaciones de violencia al recurrir a espacios clandestinos para poder llevar a cabo su labor.

Otras no sólo se quedaron sin fuente de ingresos sino también sin hogar debido a que vivían en los hoteles que se cerraron. El panorama provocó que Brigada Callejera y centenas de trabajadoras sexuales empezaran a organizarse para instalar un comedor comunitario, buscar espacios donde pasar la noche, suministrar lo mínimo necesario para la subsistencia. 

Las afueras del metro Revolución son el escenario donde decenas de trabajadoras sexuales llegan a solicitar un plato de comida, generándose aglomeraciones, en contrasentido a lo que dictan las recomendaciones sanitarias, prefiriendo correr el riesgo a padecer hambre.

Resistir para no morir en tiempos de la pandemia fue el lema de este encuentro. La conclusión final recayó en el cuestionamiento hacia el actuar de las autoridades, las cuales, hasta la fecha no han mostrado empatía con las trabajadoras sexuales ni se han acercado para conocer sus necesidades. Por eso exigen una disculpa pública por parte del gobierno capitalino, la entrega de las tarjetas faltantes, remover a quienes no cumplieron con sus funciones durante los días de reparto y hacer que los hoteles también cumplan con las nuevas normas sanitarias.

Transcurrió el día y Jaime no llegó. Perdón, si llegó y estuvo a cada momento, no sólo en imágenes. También en las participaciones de muchas de las integrantes de las diferentes agrupaciones convocadas. Estuvo presente cuando se recordó su peregrinar por más de 18 hospitales para poder recibir atención médica, pues durante los días de repartición de tarjetas y de construcción de alternativas, contrajo el covid-19. Nunca faltó a aquellas jornadas, con su careta y cubrebocas, insistiendo en el respeto a la sana distancia mientras repartía insumos, pero no fue suficiente, y el 5 de mayo falleció a consecuencia de la complicación de la infección

Si llegó y estuvo porque muchas de quienes participaron en esta edición del encuentro fueron asesoradas e impulsadas a escribir y ser promotoras comunitarias de salud por él. Su presencia se multiplicó por decenas, y seguramente, al paso de los años, lo será por centenas mientras se continúe defendiendo la dignidad de quienes ejercen del trabajo sexual.