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Perdieron; ganaron; perdieron

¿Quién ganó y quién perdió en este proceso electoral? | Adolfo Gómez Vives

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Escrito en OPINIÓN el

Ganó el Instituto Nacional Electoral, porque ni siquiera el presidente de la República se atrevió a cuestionar los resultados del proceso, a pesar de sus previos intentos por socavar su legitimidad.

Perdió Andrés Manuel López Obrador, porque sólo el 17.96 por ciento del total de electores (16.8 millones) votó por su partido o lo que es lo mismo, 76.6 millones de personas (82% del padrón) no votaron por Morena, a pesar de los “beneficios” de sus programas clientelares.

Perdió la Alianza PAN-PRI-PRD porque únicamente juntos lograron convencer al 20.87 por ciento del electorado, cuando antes cada uno de esos partidos tenía un voto duro de magnitud similar.

Ganó el abstencionismo, porque el 49.17 por ciento de los ciudadanos —casi 46 millones— decidieron no acudir a las urnas. El descrédito del sistema político mexicano parece ser la principal razón.

Perdieron los militantes de Morena que vendieron su voto a Francisco Chíguil—candidato triunfante a la alcaldía de Gustavo A. Madero— y no les pagaron, pero ganaron —entre diez y trescientos mil pesos— los influencers que promovieron al Partido Verde en plena veda electoral y no tendrán consecuencia legal alguna.

Ganó Morena, porque a pesar de sus magros resultados, alcanzó por sí solo poco más del 34% de la votación, mientras que su rival más cercano, el PAN, alcanzó 18.2% de los sufragios: 15.85 puntos porcentuales menos.

Perdió Morena, porque 8 alcaldías de la Ciudad de México —su principal bastión— serán gobernadas por la coalición PAN-PRI-PRD y una por el PAN. Ganó Morena porque se llevó 11 de las 15 gubernaturas en disputa; estados bajo dominio del cártel de Sinaloa.

Perdió —poquito— el abstencionismo, porque en comparación con las elecciones intermedias de 2015, votaron 4.96 por ciento más ciudadanos, aunque se quedaron cortos en comparación con el proceso de 1997 en el que acudió a las urnas el 57 por ciento del electorado.

Perdieron los partidos —todos—, pues demostraron su incapacidad para plantear propuestas novedosas, viables. Prefirieron “nadar de a muertito”. Perdió el voto inteligente, pero ganó el “Fosfo-fosfo” y la hija de Salgado Macedonio: la banalidad conservadora —por un lado— y el nepotismo ligado al narcotráfico, por el otro.

Ganaron impresentables, como José Ricardo Gallardo Cardona, en San Luis Potosí, investigado por la propia Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda; pero perdió el ex priísta Jorge Constantino Kánter, impuesto por Mario Delgado como candidato a la presidencia municipal de Comitán, Chiapas.

Ganó la delincuencia organizada, porque logró imponer a sus candidatos a fuerza de violencia o dinero: 90 asesinatos y 693 agresiones registradas contra políticos.

Pierde el PRI porque su titular, Alejandro Moreno Cárdenas fue impulsado por el propio Andrés Manuel López Obrador —a pesar de que antes lo había calificado como “un maleante, un reverendo ladrón”. A “Alito” le toca atender a los deseos del presidente de la República, quien ya habla de aliarse con el tricolor —y con el Verde— para cristalizar su proyecto.

Perdemos los ciudadanos, porque no veremos en lo que queda de la presente administración, ningún cambio positivo en el rumbo de las políticas públicas. Está en puerta la propuesta de López Obrador para que la Guardia Nacional pase a formar parte de la Secretaría de la Defensa Nacional, aunque en la práctica dicha institución siempre ha estado bajo el mando del instituto castrense: la militarización a todo.

En agosto de 2018, Enrique Peña Nieto le dijo a la periodista de La Jornada, Rosa Elvira Vargas, que el PRI debería cambiar de nombre, apellidos y esencia. Reconoció que “la marca” del Revolucionario Institucional estaba seriamente desgastada. Hoy su subsistencia depende de su grado de mimetismo con el partido gobernante. George Orwell tenía razón.