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Mujeres invisibles

La veo con sus compañeras y se dan ánimos entre ellas. Están orgullosas de ser trabajadoras del hogar | Manuel Fuentes

Por
Escrito en OPINIÓN el

Trinidad Rodríguez Rivero tiene 68 años, pero tiene ánimos de una mujer de 20.  No deja de soñar en medio del trajín diario, cuando se sube al metro, al pesero, a los autobuses, que suben y suben pasajeros, toda apretada cuando viaja, pero tiene que llegar. Tiene un empleo para hacer el quehacer de la casa, de tres horas, dos días a la semana. Es orgullosamente trabajadora del hogar.

Hace más de un año que la despidieron de su trabajo de planta, el 31 de diciembre de 2016 y ahí estuvo trabajando por 18 años, pero sus patrones dicen que no la conocen, que nunca trabajó con ellos. Es una de las más de dos millones de mujeres inexistentes, invisibles para una sociedad que no las ve ni las reconoce.

Trini, como le dicen sus compañeras, relata:

-       Empecé a trabajar desde los siete años.  Mi mamita nos llevaba para que cuidáramos niños

-       ¿Cómo que cuidar niños? Si usted era una niña…

Ella se carcajea, como si la pregunta fuera una broma.

-       Eran niñas pequeñas, más pequeñitas que yo. Eran niñas de brazos que cuidábamos mis hermanas y yo. Nos pagaban 20 centavos en aquella época. Apenas si salíamos de nuestras clases de la primaria y nos íbamos corriendo a cuidar a las chiquitas

-       ¿Y qué hacían con el dinero?

-       Mi mamá nos lo recogía. Era para mis hermanos. Para que pudiéramos comer. Mi mamá se quedó sola y tenía que ver cómo podíamos comer los 7 hijos y por eso teníamos que trabajar

-       ¿Y qué ilusiones tenía cuando trabajaba a esa edad?

-       “Tener unos zapatos”

-       No le entiendo…

-       Yo no tuve zapatos hasta que salí de la primaría. Siempre andaba descalza. Hicieron una fiesta y mi mamita me compró unos zapatos de regalo. Me quedaban apretados, pero yo estaba feliz. Me era difícil caminar, pero yo estaba recontenta. Un muchacho que me vio caminar se burló de mí, porque no sabía usar lo zapatos, pero no me importaba, yo no me los quería quitar.

-       ¿Y cómo eran los zapatos?

-       Eran blancos con taconcitos. No los usaba diario porque no quería que se me acabaran, prefería andar descalza. Pero dónde vivíamos, allá por San Juanico, por donde fue la explosión de gas, había mucha tierra y piedras y se me acababan pronto.

Me quitaba los zapatos para lavar los pisos, para lavar los patios, la calle. Tenía que cuidar mis zapatos.

Mis primeros zapatos me los compré hasta los 16 años, cuando me pagaron en uno de mis trabajos donde hacía el quehacer.

-       ¿Y usted qué deseaba a esa edad?

-       Tener unas botas…

-       ¿Y cuándo las compro?

-       Nunca las pude comprar. Tenía como 16 años y las veía en el aparador.  Me acuerdo de ellas. Eran negras con tacón, lisas, pero lo que me pagaban era muy poco y no me alcanzaba para tener unas así. Me quedé con muchas ganas de esas botas. Cuando me daban permiso de salir, las iba a ver, estaban en un aparador, allá por la Villa. Estaban allí y me imaginaba cómo era tenerlas puestas. Un día ya no las vi y me puse muy triste…

-       ¿Dónde trabajaba?

-       Mi mamá nos metió a trabajar de planta en una casa cuando salimos de la primaria y nos iba a ver cada 8 días; ella iba a recoger el dinero cada mes, cuando nos pagaban. Era para mis hermanos… Ella se ponía a vender unas yerbas en el mercado, a veces le iba bien y a veces mal…

-       Cuando nos íbamos a la casa, un día a la semana nos teníamos que ir caminando. Trabajamos en la colonia Estrella, después en la Vertiz Narvarte y de allí a San Juanico. Nuestros zapatos se acababan muy rápido por tanta piedra que había en el camino.

-       ¿Y se casó?

-       Sí me casé. Tuve tres hijos, pero me separé de mi esposo y tuve que hacerme cargo de ellos. Entré a trabajar a una casa muy grande, de 5 recamaras y 5 baños. Mi horario era de las 8 de la mañana a las 8 de la noche.

-       En el transporte a veces hasta una hora tardaba para llegar a mi casa.  Mis hijos me veían llegar muy cansada. Ya no trabajes tanto mamita, me decían. Diles que te dejen salir más temprano.

-       Cuando llegaba a esa casa de mis patrones tenía que hacer de desayunar a los chicos, luego iba a comprar la comida, cocinar para la mamacita de la señora. El chofer pasaba por la comida. Luego tenía que hacer la limpieza de toda la casa. Lavar los trastos, los pisos, barrer.  Limpiar y limpiar. Cuando llegaban los patrones en la noche, seguía haciendo quehacer.

-       ¿Y por qué la despidieron?

-       Seguramente por mi edad. Ya estoy viejita, pero no soy viejita

Se pone a reír, pero luego le cambia la faz. Se pone seria y luego triste.

-       Me duele mucho que ahora me desconozcan, después de 18 años que les trabajé. Dicen en la Junta Local de Conciliación y Arbitraje de la Ciudad de México que no me conocen, que nunca fui su trabajadora.

-       Me ofrecen 5 mil pesos de indemnización y yo no estoy de acuerdo en aceptar una cantidad así.

-       Fui a la Copred (Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación), allá en General Prim #10 y me dijeron que sí fui víctima de la discriminación, pero que allí no podían hacer nada, que no había manera de obligar a que fueran mis patrones. Que no había manera ni de multarlos, que todo era voluntario. Que lo que me habían hecho ya estaba prescrito.

-       ¿La dieron de alta en el Seguro Social?

-       Nunca me dieron un papel, nunca me inscribieron en el IMSS y ahora ni una pensión por vejez tengo derecho, ni a servicio médico, ni a medicinas. Me duele mucho mi espalda y el médico particular que me atendió dice que es “por exceso de trabajo”, que me tome unas pastillas que con eso se me quita, pero no es cierto.

-       ¿Qué va a hacer doña Trini?

Me doy cuenta de que le tengo que repetir la pregunta, porque no escucha bien…

-       A seguir peleando. Voy a ir con todas las autoridades posibles hasta que me hagan caso. No me cansaré. Ya me apunté a la secundaria. Fui con Marcelina Bautista y mis compañeras del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar. Aunque me digan que estoy viejita, no estoy viejita.

… y se suelta de la risa.

La veo con sus compañeras y se dan ánimos entre ellas. Están orgullosas de ser trabajadoras del hogar. Ellas sí se pueden ver y abrazar. Son felices a pesar de que para otros sean invisibles…

Yo sí puedo ver y abrazar a doña Trini y a sus compañeras. Ella es feliz, aunque nunca haya tenido unas botas, como las del aparador aquel…

Contrarreforma laboral por encargo

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