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¡Me la rifo! Andrés Manuel y la batalla de los símbolos

¿Cómo no recordar con este llamado a la rifa ese otro llamado del presidente Cárdenas en aquellos días de la expropiación petrolera? | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Mientras “la oposición moralmente derrotada”, se tira por las ventanas ante la “locura” inenarrable del presidente López Obrador, Náyade Oropeza y Arquímedes Mollinedo ya quieren comprar su cachito para la rifa del avión. Ya lo bailan al ritmo de la reciente cumbia que circula en redes: “El avión presidencial”. Ya lo comentan. Lo debaten. Se concentran en lo que sí importa: ¿cómo es posible que ese avión exista? ¿cómo es posible que por décadas –en sus distintas versiones– haya existido? El lujo innecesario parte en cachitos. Un ícono de toda una manera de entender el poder, parte en cachitos. El significante “avión presidencial”. El significante “Residencia oficial de los Pinos”. Es brillante Andrés Manuel en las batallas de los símbolos. Esos que nos lanzan de bruces ante la realidad. El avión es conocido como TP–01. ¿Todo–Poderoso–número 1? Todavía debemos una parte del animalito. Todas/os. Algunitos milloncejos. No se irriten. No se indignen. Parecerían “comunistas” y eso es muy antiestético.

¿Para qué querría alguien un pajarraco que ningún ser humano puede colocar en ningún lado, sino a costa de los demás? Seis millones de “cachitos”. ¿Quién se la rifa? El boleto costaría 500 pesos, la familia extensa hace su cochinito. ¿Qué es lo que tendríamos que celebrar porque el avión no haya logrado venderse en Estados Unidos? Hara–Kiri, que le dicen. Ahora el avión se llama “José María Morelos y Pavón”. El anterior se llamó “Benito Juárez”. Depredadores, pero nacionalistas. Eso sí. Ni modo que el avión del presidente mexicano se llamara Chanel o Christian Dior, ¿verdad? No hay como la lealtad a la Patria y la referencia histórica.

Antes de esos dos aviones, el “Quetzalcóatl” atravesó las nubes con nuestra bandera. El más grande animal volador que existió en el Cretáceo se llama Quetzalcoatlus. Eso fue lo que le sucedió a Andrés Manuel, se encontró con el Quetzalcoatlus –un representante de otros mundos, de otras épocas, un animal insaciable de fauces abiertas– entre los brazos. “Estos aviones de lujo que nada tiene que ver con la realidad que existe en nuestro país. Eso es un reflejo de cómo había dos mundos, el mundo del pueblo y el mundo de los gobernantes, mientras la gente no tenía ni para satisfacer sus necesidades básicas los funcionarios vivían en el lujo con dinero del pueblo”. La corrupción es y ha sido un animal insaciable.

“En tu lugar, yo me preocuparía por instalar tu cuerpo en un trono. Podrías aumentar eternamente tus riquezas, comer morcilla todo el tiempo y andar por las calles en carroza”, le aconsejan a Ubu en la obra de teatro “Ubu rey” de Alfred Jarry. Un equivalente (que asume su absurdo) del “merezco la abundancia”. No hay alteridad alguna en esos cotos de poder del Yo me merezco todo. Mi grupo y Yo. Mis “pares” especulares y Yo. Durante la campaña de Enrique Peña Nieto un spot lo mostraba en el lujoso interior de un medio de transporte que una no atinaba a saber si era una limousine o la cabina de un avión. Una campaña descarnadamente empresarial. Lo que las agencias publicitarias llaman (puñalada trapera) “aspiracional”. La imposición de la banalidad por sobre la realidad. Mirarlos vivir desde un salario mínimo miserable. El telúrico movimiento social que despertó Andrés Manuel López Obrador nos regresó a nuestra carne y a nuestros huesos. Las aspiraciones de millones de mexicanos –el voto así lo probó– están muy en otro lado. No queremos ser espectadores.

Estamos endeudados con el avioncito hasta el 2027. Mientras pagabas tus impuestos imaginando una nueva escuela en algún rincón de México (si semejante fantasía te era posible) la “Gaviota” volaba de sus más altos vuelos. Lo hacían –¡Además!– por el pueblo de México. ¿Qué podrían pensar en los Emiratos Árabes, en la Patagonia Austral, en Siberia, si el presidente mexicano viajaba en avión de línea? La ignominia, caray. Un boeing 787 para ochenta personas. También pagamos la habilitación de sus interiores, los edredones de plumas rellenos con la vida cotidiana de sus desplumados. Una mujer camina horas para acarrear el agua hasta su casa. El ruido de las turbinas. No alcanza para lo básico: la tortilla y los frijoles. “Le faltaron los hielos al whisquito de mi compadre”. El cacique del pueblo cobra muy caro para entregar los materiales de construcción de los programas sociales. “Qué elegancia tu outfit, qué porte de reina, ¡qué bárbara!”.

¿Cómo no recordar con este llamado a la rifa –una de las cinco posibilidades para solucionar la deuda del avión– ese otro llamado del presidente Lázaro Cárdenas en aquellos días de la expropiación petrolera? Las/los mexicanas/os respondieron. Unos pesos, un puerquito, un anillo refulgente. Alto al saqueo. Que lo nuestro sea nuestro. Me costaría trabajo creer que Andrés Manuel no consideró este dato histórico. “Tenemos un problema serio, lo pongo en la mesa”. Cada ciudadana/o es parte de la posible solución, dado que a todas/os nos afecta el problema. Lo que significa: somos parte. Seis millones de cachitos. En este llamado, por supuesto, el Quetzalcoatlus es una realidad y una metáfora del saqueo. “Un palacio en los cielos”, dijo Andrés Manuel.

El interior de ese avión acolchonado. El mundo cerrado del Poder. La distancia entre ese Poder en las nubes y la terrenalidad tan precaria. El aislamiento sordo que se privilegia, porque, ¿quién de ellos habría nacido para menos? Dicen que la hora de vuelo del avión cuesta alrededor de quince mil dólares. La “carroza” voladora de Ubu despegaba y desde sus ventanas, el clan Ubu observaba como se empequeñecían los techos en la medida en que el avión se alejaba. Debajo de esos techos habitan personas. Pero, ¿cómo escucharlas? ¿cómo mirarlas si el poderoso pajarraco vuela por encima de las nubes? Ya no hay manera de distinguir techos, mucho menos formas humanas. ¿A quién le importan los olvidados de la tierra? A Andrés Manuel le importan. Sus significantes nos convocan. No será, es cierto, “tamalitos de chipilín”, construir, sostener y defender los significados. Los contenidos de ese esfuerzo solidario al que –en todos los terrenos– nos convoca. Necesitamos décadas para lograr que la bestia de la corrupción vaya cerrando sus fauces. Ya comenzamos. Que asuma su cachito de transformación, quien lo considere necesario.