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Manuel Atienza

Atienza es un filósofo pero sus baterías intelectuales se han centrado en la filosofía del derecho.

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Escrito en OPINIÓN el

Escribir unas frases sobre Manuel Atienza no es fácil. Su obra tanto intelectual como vital son de tal entidad que todo resumen corre el riesgo de distorsionar parte de la misma. Lo que me interesa aquí es resaltar uno de los rasgos de su obra como filósofo del derecho y retomar algunas reflexiones que hizo la semana pasada en una conferencia que dictó en la Escuela Libre de Derecho.

 

Atienza es un filósofo en todo el sentido de la palabra. Es decir, es una persona cuya brújula es la eterna duda y cuya actividad principal es la comprensión del mundo. Sin embargo, sus baterías intelectuales se han centrado en la filosofía del derecho. Por ello, su campo de acción ha discurrido desde la atalaya filosófica, a la teoría del derecho, y ha acabado por impactar a la práctica jurídica a través de sus contribuciones a la teoría de la argumentación jurídica, acaso la piedra angular de su empresa intelectual.

 

Sus obras sobre argumentación tienen la peculiaridad de ser invitaciones a una de las tareas más fascinantes y enigmáticas del ser humano: a razonar y, más aún, a pensar cómo razonamos. Y aunque la obra de Atienza se centra en la actividad judicial me atrevo a decir que sus contribuciones trascienden a todo campo del intelecto: los seres humanos son racionales precisamente porque sus acciones obedecen a una o varias razones, mismas que pueden invocarse para justificar su conducta. En ése ejercicio justificativo reside nada más y nada menos que nuestra civilidad: reflexionamos para comprender el mundo y para actuar en él; y mediante tal reflexión distinguimos enunciados verdaderos o correctos (razones) para justificar lo que creemos o hacemos.

 

Pero sus contribuciones van más allá de eso. En la conferencia que mencioné, Atienza habló sobre el giro argumentativo de la teoría del derecho. Destacó tres fenómenos relativamente novedosos en la cultura jurídica y que, hoy por hoy, se encuentran en el centro del discurso de la misma: la globalización, los derechos humanos, y el auge de la teoría de la argumentación.  

 

Sobre los derechos humanos recalcó que la concepción que hoy se tiene sobre los mismos es muy novedosa. La dimensión normativa de los mismos es producto tanto de los movimientos constitucionales de la posguerra como de teorizaciones cuyo germen comienza a finales de los años setenta. Antes de esto, los derechos se encontraban más en el terreno de lo político que del jurídico. De esta manera Atienza nos recuerda que, como diría Dworkin, los derechos son “cartas de triunfo” en manos de los ciudadanos, y, por lo tanto, no exentos de derrotas, manipulaciones o retrocesos.

 

Del giro argumentativo describió sus causas: la demanda de no sólo exigir a los jueces que justifiquen su decisión, sino de encontrar herramientas para evaluar –para criticar–  si el método para resolver la controversia –el proceso argumentativo que utilizaron– fue correcto. Todo lo anterior, por supuesto, se acrecentó producto de la constitucionalización de los derechos humanos, cuya aplicación a un caso concreto requiere de ejercicios distintos a la mera deducción.

 

Paradójicamente, lo que más me llamó la atención fue su reflexión sobre la globalización. En una palabra: ésta ha acrecentado la injusticia en el mundo. Las desigualdades económicas mundiales son de tal hondura, que no es posible hablar de igualdad entre los hombres cuando sus condiciones de existencia son tan dispares. De esta reflexión pasó a otra que todo abogado debería tatuarse en alguna parte de su ser. Más o menos dijo (lo cito de memoria), lo siguiente: hay cuatro tipos de humanos: (i) los avispados desaprensivos, sin límites morales; (ii) los parias que son los perdedores de la globalización, (iii) aquellos que viven exclusivamente vidas privadas y que no muestran el menor interés por los asuntos públicos o que trascienden a su individualidad (a los que los griegos llamaban idiotas), y el ciudadano cívico. La función de éste último es poner límites a los avispados desaprensivos, redimir a los parias y despabilar a los idiotas. Y qué mejor que predicar con el ejemplo, ya que Atienza se ha dedicado a ésas tres cosas toda su vida.