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La vacua politización

Dejemos de señalar con el dedo al tiempo que gritamos “el rey está desnudo” y empecemos a ocuparnos de las vestiduras que debería portar el rey. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Cuando une se asoma a las redes sociales la cantidad de mensajes/publicaciones que cada día refieren a temas de la situación política actual resulta impresionante; a simple vista su número parece sugerir que somos una sociedad altamente politizada. Pero, ¿eso es verdaderamente así? ¿Somos personas comprometidas con nuestra realidad, preocupadas por el presente y el futuro del país? ¿Queremos entender el mundo que habitamos consciente y responsablemente? ¿O de qué se trata todo eso?

Lo cierto es que cuando nos detenemos a leer el contenido de esas publicaciones virtuales nos damos cuenta que se trata, en una buena parte de los casos, de expresiones excitadas que desde la pasión –sea desde la complacencia o desde la ira, desde la simpatía o el odio–, externan una opinión, por lo general poco meditada, basada en la emoción y no en la razón. En la avalancha de comentarios hay escasos intentos explicativos, casi nulas expresiones sosegadas y reflexivas. Lo que descubrimos, a poco de adentrarnos en esos territorios, es una cantidad infinita de decires enfáticos sin más sustento que la lectura rápida de un encabezado periodístico o del comentario de alguien más sobre una noticia, quizá la visualización de los dos minutos –o menos– de video recortado de una exposición mucho más amplia o referencias similares, a partir de las cuales se expresan y posicionan a su vez quienes replican o reproducen el tema. Pero, ¿cuántas de aquellas personas que reenvían/comparten una nota, alguna información o una opinión se toman el tiempo de enterarse verdaderamente del asunto respecto del cual se posicionan públicamente?

Aventuro una respuesta hipotética (aunque existen estudios serios que analizan este tipo de fenómenos que se desarrolla en redes sociales) y es que proporcionalmente son muchos más, muchos, quienes difunden sólo a partir de lo que indica un encabezado y es ínfima la cantidad de quienes se toman el tiempo de enterarse de aquello que dice la nota. O, desde otro lado, son mayoría quienes se dejan llevar por el contenido de esa probadita audiovisual, sin tener idea de lo demás que se trató. Dicho de otra forma, sucede que en el fondo, o en la superficie, según se vea, somos como ovejas del rebaño que se dejan pastorear a gusto. Así todes, todos los días, opinamos, unes despotricamos, repelamos, refutamos; otres, apoyamos, respaldamos, corroboramos... aquello que sucede en nuestro entorno. Pero ¿qué es aquello a lo que nos sumamos y quién lo define?

Generalmente, y durante décadas, era la prensa –escrita, radial, televisiva, digital– quien determinaba los temas del día, pero desde el inicio del actual gobierno ha sido la presidencia de la República a través de las conferencias matutinas encabezadas/protagonizadas por el primer mandatario –devenido en estrella de los medios– la que se ha encargado de determinar la agenda. De este modo Andrés Manuel López Obrador y su equipo son quienes marcan el ritmo y el tono de la discusión pública, son quienes se dan a la tarea de instalar los temas de escándalo con que se alimentan el barullo de las redes sociales.

Así, desde el lugar y la perspectiva que nos posicionemos, nuestra participación sólo sirve para nutrir el tema del día, de la agenda dictada desde Palacio Nacional. Esto es, de lo que nos ocupamos, sobre lo que nos manifestamos no es necesariamente –más bien lo es raramente– por la toma de decisiones del máximo jefe de Estado o por aquellas acciones emprendidas por las dependencias de gobierno o por lo que sucede en los otros poderes –legislativo y judicial–, sino por la ocurrencia de la mañana. Ocurrencia que no es tal, porque cada cosa que el presidente enuncia, por más absurda, irrisoria o hasta estúpida que nos parezca, ha sido perfectamente pensada para distraer la atención de los asuntos relevantes. Cabe pues preguntarnos, ¿hasta cuándo nos dejaremos guiar o en qué momento empezaremos a ir más allá de los dichos de López Obrador? ¿Vale la pena hacer tanto barullo por una frase que no tiene más vigencia que las 24 horas que median entre su enunciación y la enunciación de una nueva provocación? ¿No es hora de dejar de repelar por la expresión desafiante del presidente y en cambio exigirle el cumplimiento cabal de sus obligaciones como máxima autoridad del ejecutivo federal? 

Me parece que si bien en las últimas décadas la política ha tenido, cada vez más, algo de espectáculo, es hoy sólo espectáculo sin mucha política. Y tristemente lo es del tipo Televisa o TV Azteca, esto es, espectáculo vacío de contenidos, espectáculo mediocre para empobrecer el espíritu. Y lo será, lo seguirá siendo mientras sigamos respondiendo a la tentación del comentario fácil y escandaloso, mientras sigamos sucumbiendo al bullicio que ensordece, mientras sigamos haciéndole el juego a la presidencia. Dejemos de señalar con el dedo al tiempo que gritamos “el rey está desnudo” y empecemos a ocuparnos de las vestiduras que debería portar el rey.


*Fausta Gantús

Narradora de historias y otras escrituras. Crítica y opinadora porque los tiempos lo exigen. Convencida de que hay que “desolemnizar” la academia sin perder el rigor y la calidad. Investigadora del Instituto Mora (CONACYT) y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.