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La Guerra de Independencia en Tulancingo

A Tulancingo comenzaron a llegar los ecos de esta lucha comandados por José Francisco Osorno, hasta 1812 | Lorenia Lira

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Escrito en HIDALGO el

A principios del Siglo XIX, en Tulancingo cundían las ideas liberales impulsadas por los primeros masones que hubo en nuestra ciudad, entre ellos el Sr. Francisco Ortega, quien fue Prefecto de nuestra ciudad y Jefe Distrital (por cierto, padre del Chopin mexicano, el insigne Aniceto Ortega del Villar, célebre músico tulancinguense).

Cuando Miguel Hidalgo inició la Guerra de Independencia en la Nueva España, su repercusión fue básicamente en el Bajío del país. A Tulancingo comenzaron a llegar los ecos de esta lucha comandados por José Francisco Osorno, quien a pesar de atacar a la ciudad varias veces, no lo logró hasta que estuvo muy cercana la fecha de consumación de la Independencia.

Los insurgentes atacaron a Tulancingo en febrero de 1812 pero no pudieron tomarlo debido a la férrea defensa del Comandante Francisco de las Piedras, designado a esta región.

En mayo del mismo año y aprovechando que las tropas realistas estaban ocupadas resguardando Pachuca y Atotonilco el Grande, planearon otro ataque contra Tulancingo. Francisco de las Piedras había salido para reunir sus fuerzas con las de Domingo Claverino del ejercito realista, en la región de Atotonilco, pero cuando regresó se dio cuenta de la reunión de varios insurgentes quienes le escribieron, intimidándole a claudicar. Entre los cabecillas insurgentes estaban Osorno,  Serrano, Cañas, Anaya y Espinoza. Al mando de la artillería se encontraba Beristain. Francisco de las Piedras no respondió al escrito de los insurgentes y estos últimos se lanzaron al ataque el 24 de mayo, desde la cima del cerro del Tezontle, por entonces deshabitado y sin el socavón que conocemos actualmente.

Atacaron a la ciudad con un improvisado mortero hecho con una campana con el que arrojaban piedras amalgamadas de unos 23 kilogramos por descarga. Sin embargo, los realistas resistieron todos los ataques e incluso les provocaron algunas bajas y lograron quitarles algunos cañones.

Claverino se enteró de la situación y acudió a auxiliar a Piedras. Los insurgentes, al enterarse, prefirieron levantar el asedio, aunque las fuerzas realistas en Tulancingo estaban muy mermadas. Ante este repliegue, como buen estratega militar, Piedras los mandó perseguir al mando de Llorente y reforzado por las recién llegadas tropas de Claverino. Les dieron alcance en Zacatlán en donde les provocaron numerosas bajas a los insurgentes.

En 1814, por tercera vez se presentó Osorno a Tulancingo y nuevamente le mandó un ultimátum a Piedras, este último no respondió, pero envío a José del Toro a repeler el ataque, encomienda en la que fracasó. Osorno no supo capitalizar este triunfo que por fin le había perpetrado a Piedras y se retiró a Singuilucan. Al otro día volvió a Tulancingo, pero fue rechazado por los realistas y Osorno se vio obligado a replegarse hasta los llanos de Apan. Después de esta derrota de los insurgentes, el Valle de Tulancingo tuvo paz durante un tiempo.

Un personaje importante de destacar es el torero Agustín Marroquín, nacido en Tulancingo, sobrino del Sacerdote Francisco Marroquín (a quién la Santa Inquisición había procesado por solicitante). Agustín aparte de ser torero era un reconocido delincuente en nuestra ciudad. Fue muy cercano a Miguel Hidalgo y tristemente célebre por sus múltiples matanzas y no precisamente en el ruedo.

De turbios antecedentes llegó a la Nueva Galicia con su gavilla y cometió una serie de ilícitos, por los cuales fue hecho prisionero, pero poco después fue liberado cuando José Antonio Torres entró a la capital de la Nueva Galicia el 11 de noviembre de 1810 y lo liberó. Días después fue nombrado verdugo de Guadalajara y el 12 de diciembre del mismo año dirigió la masacre que costó la vida a 48 prisioneros españoles en un paraje cercano a la ciudad.

En un folleto impreso en México en 1811, el doctor Velasco afirmó que el exprisionero fue ascendido a capitán por Hidalgo. Por órdenes de éste, Marroquín avanzó al frente de una división antes de la famosa batalla de Guadalajara, a fin de observar los movimientos de Calleja, quien logró interceptar un mensaje de Hidalgo a Marroquín. Agustín Marroquín fue ejecutado por las fuerzas realistas el 10 de mayo de 1811 después de haber ejecutado a cerca de 200 españoles sin juicio previo.