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¿La 4T tiene quien le escriba?

Proyectos políticos han estado generalmente, ceñidos a las pautas metropolitanas del momento. | Teresa Incháustegui Romero

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Escrito en OPINIÓN el

La última semana, a raíz de la sonada disputa entre dos miembros del gabinete se ha recolocado en la opinión pública el tema del proyecto político de Morena y de la unidad ideológico-programática de la 4T en torno al presidente. Se ha cuestionado la ausencia de un proyecto compartido, y la aparente concentración de su contenido real o supuesto en la decisión del personaje ocupante del Palacio Nacional.

Venido de una gran insurrección ciudadana en las urnas; sustentado en un movimiento pacífico y multidiverso forjado en los caminos, pueblos, ciudades, sierras y valles a lo largo de catorce años, el Movimiento por la Regeneración Nacional (MORENA) se hizo partido político con registro hace apenas nueve años. En los caminos recorridos por su pequeño grupo promotor (los leales, amigos y familiares de Andrés Manuel López Obrador) se sumaron todos aquellos grupos o personas que enarbolaban propuestas y demandas no atendidas: desde las más amplias y vanguardistas, hasta las más localistas y puntuales. Y en la crecida, en el spread final de la carrera triunfal de 2018, se subieron al carro vencedor cuantos veían que hacían agua sus propias embarcaciones partidarias; mientras el propio dirigente haciendo cálculos decimales por un triunfo apretado, subía a la tarima a todo grupo que sumara votos. En este trance recogió de todos los colores y sabores, conservadores y liberales para usar el léxico favorito del presidente. Agregó también algunos miembros o personeros de la propia oligarquía, en el entendido de que quienes lo apoyaran recibirían trato de amigos, al estilo juarista.

El ideario de Morena repetido hasta el cansancio por su líder, se centró en: “cambiar el régimen de corrupción, antidemocracia, injusticia e ilegalidad que ha llevado a México a la decadencia actual que se expresa en crisis económica, política, en pérdida de valores, en descomposición social y violencia. Separar el poder político del económico y desmantelar la base corruptígena de la nueva la oligarquía mexicana forjada al amparo de los gobiernos del PRI y del PAN de 1898 en adelante”. Además de renovar la democracia; moralizar el quehacer público para revertir la decadencia institucional y hacer efectiva la justicia social. 

Pero contar con un proyecto político que defina con claridad objetivos, estrategias y acciones concretas en torno al quehacer público, no es cosa menor para una fuerza política tan joven como MORENA. Menos aún cuando la topología política entre izquierdas y derechas se encuentra tan removida, como ha sido a partir de la quiebra del socialismo y el triunfo del mercado en todo el mundo.

Todo proyecto político involucra definiciones ideológicas que pueden ir desde lo macro: el funcionamiento y las tareas propias del gobierno, la economía; planteamientos acerca de los problemas comunes y las prioridades que se perciben como fundamentales; actores sociales que se privilegian atender o propulsar. En las sociedades modernas, desde el siglo XVII en adelante, las preocupaciones de los estados se centraron en el gobierno de la economía. Mientras los derechos del individuo y del ciudadano como el derecho a la propiedad, al comercio, a las profesiones; las libertades personales, creencias, libertad de movimiento, de expresión, el respeto a las libertades ajenas, han sido la base de toda la racionalidad gubernamental.

Según la tesis de Dahrendorf, el conflicto social moderno que pauta el desarrollo político, las luchas sociales y el desempeño económico durante todo el siglo XX, es el conflicto redistributivo entre el capital y el trabajo, que se institucionaliza en el Estado de Bienestar. Y es sobre este eje: capital o trabajo donde bascularon los proyectos políticos entre la izquierda y la derecha hasta la caída del muro de Berlín.

En el caso nuestro, latinoamericanos venidos a la modernidad por la vía de las luchas independentistas nuestras derechas e izquierdas fueron distintas. Nuestros gobiernos asumieron las prioridades del gobierno de la economía casi a inicios del siglo XX y con puntualidad a partir de la posguerra. No tuvimos que quebrarnos mucho la cabeza para armar proyectos político-institucionales. En su mayoría y salvo muy honrosas excepciones (cardenismo, aprismo, justicialismo, varguismo) los líderes y las fuerzas políticas latinoamericanas asumieron los proyectos emanados de los centros económicos e intelectuales de Europa y Estados Unidos, basados todos en la idea del subdesarrollo.

La tesis colonialista de que no teníamos el perfil social, cultural y la estructura económica de los países modernos y que por tanto nuestra tarea era la modernización. Tarea que demandaba industrialización, urbanización, secularización, civilización, en poca palabra expansión del mercado, del intercambio monetario, con un estado desarrollista impulsor de los cambios económicos necesarios para expandir el mercado y promover la mentalidad moderna entre las capas populares.

En los contornos de este eje se delinearon: las derechas herederas y representantes de los antiguos colonizadores: terratenientes, antiliberales, no tanto en el sentido económico sino sobre todo en el político y social. Las izquierdas divididas entre el segmento defensor de las comunidades indianas tradicionales y del artesanado o proletariado urbanos, que se hace parte de las propuestas anarco sindicalistas del siglo XIX, en los treintas se adhiere al colectivismo (socialista o anarco) y en los sesentas se vuelve foquistas, insurreccional. En todo caso nuestros proyectos políticos han estado generalmente, ceñidos a las pautas metropolitanas del momento.

Las derechas e izquierdas del siglo XX mexicano se alinearon sobre el eje de la Constitución de 1917 más cerca del cameralismo alemán y francés, que del liberalismo político y económico de Locke y Hobbes. Las derechas comenzando con el Partido católico (1911-1918) estuvieron por décadas contra de la descristianización derivada del régimen constitucional y, el sinarquismo (de 1929 a la actualidad en organizaciones como Yunque y Muro que se dice trascienden partidos) sobre el polo conservador en la defensa de un orden basado en la tradición y la religión católicas y en contra de las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales de la modernidad. Acción Nacional es el primer partido que sustenta su base en el liberalismo económico y político. Diseñado y fraguado como un partido de cuadros (de minorías excelentes según Soledad Loaeza, 1999), en su origen fue pro hispanista, con ideales sociales fundamentados en encíclicas papales (Rerum Novarum) con la persona humana como núcleo de la colectividad, la defensa de las libertades religiosas; tradicionalista, en contra de los derechos reproductivos de las mujeres y a favor de la defensa a la vida en sí. Defensa abstracta, molecular, nonata, por cuanto el cuidado de la vida de los ya nacidos, lo tiene sin cuidado. En lo económico, estrechamente enlazado con la militancia empresarial surgida de la ruptura con el estado desarrollista e interventor en 1982, se empató con el proyecto de reformas neoliberales a “gusto de mis compadres” inauguradas por el salinismo en 1992.

El PRI, partido que al originarse por aglutinamiento de las huestes triunfantes de la Revolución de 1910, conjuntó por igual a cuadros, liderazgos y grupos de izquierda, centro y derecha, cobijando bajo el ideario de la Revolución todo tipo de ideas y propuestas sin más fundamentación que la propia carta constitucional y la narrativa de la historia oficial (forjada a gusto del mismo partido) según la cual el tricolor era heredero de todas las gestas históricas anteriores. No obstante, el partido que gobernó a México sin interrupción por más de setenta años, armó su proyecto ideológico político del “nacionalismo revolucionario” cincuenta años después de haberse forjado, ya a fines de los años setenta, justo cuando tenía que presentarse como una fuerza unificada en torno a un proyecto frente a la izquierda histórica del PCM, PRT, PMT que contendería por primera vez en la arena ciudadana en 1978. De hecho y como parte de esas paradojas históricas de las que está plagada nuestra historia patria, el primer presidente del PRI que formula un ideario ideológico acabado en torno al nacionalismo revolucionario: José López Portillo, va a ser el último de esta cadena de mandatarios.

En 1988 sube al poder el grupo de reformistas neoliberales del PRI y este proyecto será paulatinamente dejado a un lado, para poner en su lugar la versión vernácula del Consenso de Washington. El salinismo todavía se guardó de confeccionar ribetes de liberalismo social al programa privatizador con el concurso de intelectuales y militantes de origen socialdemocrático y aún de la izquierda maoista. Sus sucesores desde Zedillo a Peña, sólo se definieron en la práctica el primero como una neoliberal a ultranza, el segundo como un depredador sin principios ni ideas.

En el caso de la 4T no son pocas las voces que lo identifican como la expresión nostálgica del viejo nacionalismo tricolor. Su defensa de PEMEX, su reciente compromiso de justicia agraria a los Yaquis; sus proyectos en el Itsmo y la península.

Para deslindar si este gobierno es de izquierda o no, tendríamos que comenzar debatiendo qué es ser de izquierda hoy, aquí y ahora, justo cuando la topología político-ideológica que dominó el siglo XX está completamente desdibujada. El terreno en partes movedizo que ha quedado en su lugar, está trazado más por coordenadas culturales y políticas, que económicas. Por ejemplo, los temas como el aborto, los derechos a favor de la igualdad de género de identidad de minorías sexuales, derechos de migrantes, niñez y adolescentes, derechos culturales, lingüísticos y, derechos de comunidades originarias sobre sus territorios ancestrales, derecho a la inclusión social a partir de ingreso mínimo de inserción, derecho al cuidado, son temas de agenda de izquierda alternativa. Mientras la defensa de los derechos de trabajadores sindicalizados, trabajadores originarios de sus países frente al ingreso de trabajadores y la relocalización de empresas, han quedado en la agenda de partidos de centro o aún partidos de ultraderecha

¿Considerando las personas que tiene reunido en torno suyo, a qué contornos político-ideológico se abona el proyecto del gobierno actual? Porque hay grupos identificados con las izquierdas, así como personas que han militado o son parte de las derechas. El propio presidente tiene posturas de ambos bandos. Parece en algunos casos como una especie de liberal populista, aunque eso parezca contradictorio.

Está a favor del gobierno barato y pequeño que es un posicionamiento liberal y se ubica a favor de un balance superavitario entre ingreso y gasto, pero no es un neoliberal. No quiere más deuda pública de la que´ hay (47% del presupuesto) para no atarse de manos frente al FMI y eso me parece inteligente. Su propuesta de política social que excepto en el ramo de Salud, consiste en transferencias monetarias directas más que en provisión de servicios sociales, está más cerca de las propuestas neoliberales a favor del estado mínimo, sin intervención del estado en el mercado de bienes y servicios. Pero su preferencia por lo pobres lo ubica como un gobierno de izquierda populista.

Su política energética es nacionalista, pero no es un proteccionista y su discurso en torno al TMEC parece más que procedente en el marco de las luchas y guerras por los recursos naturales que se está dando en el horizonte del capitalismo extractivista. Su plan de sanear el gobierno de la corrupción es indispensable, pero su afán de reducirle recursos al extremo, puede llevar a quebrar la eficiencia de la administración pública o, a comprometer el poder infraestructural para todo estado que no quiera rendirse ante otros poderes locales, como es el caso de la penetración del crimen organizado en la vida social.

En temas de género, drogas, diversidad sexual y aborto, tiene un discurso conservador que requiere ser revisado y actualizado en la comprensión cabal del papel que la igualdad económica y política entre mujeres y hombres tiene para la democracia y, de la importancia de los temas de la reproducción social y el cuidado paritarios, en el marco de la nueva normalidad.

Le faltan sin embargo a la 4T plumas y cabezas que integren de manera coherente un ideario progresista y de izquierda alternativa, si quiere configurarse en una fuerza progresista en el horizonte convulso y cambiante del siglo XXI. Un ideario que vaya mas allá de las convicciones y experiencias de una persona con el coraje, el tesón y el valor de su dirigente natural; que ponga en blanco y negro lo que sí y lo que no es. Que enlace las buenas intuiciones y apuntes del gobierno con las ideas y propuestas que están naciendo y pujando desde abajo y en múltiples lugares a favor del cambio ambiental, el desarrollo local y comunitario, una cultura de consumo alternativa, la igualdad y democracia feminista, la diversidad de género, la economía y el buen vivir desde lo local, el comercio justo y la economía afín a la naturaleza, el desarrollo urbano sustentable, la participación ciudadana efectiva, la honestidad en el servicio público y mas etcéteras que están todavía esperando, quien le escriba a la 4T.