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Justicia para Liliana Rivera Garza

Cristina Rivera Garza escribe de Liliana su hermana menor, víctima de feminicidio en 1990: "El invencible verano de Liliana". | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

"En vano dibujas corazones en la ventana: el caudillo del silencio abajo, en el patio del castillo, alista soldados".

– Paul Celan

Liliana Rivera Garza (nacida el 4 de octubre de 1969 - asesinada la madrugada del 16 de julio de 1990).

"Es 4 de octubre, Liliana tiene ahora, muchos más años bajo tierra de los que vivió sobre la tierra. Habría sido su cumpleaños número 51. Es su cumpleaños 51". Cristina Rivera Garza escribe de Liliana su hermana menor, víctima de feminicidio en 1990: "El invencible verano de Liliana". Escribe por su hermana. Para su hermana. Escribe con una honestidad y una humildad tal, que son como un puño que atrapa y sacude. Cuánto dolor silenciado.  Brutal. Injusto. Cristina escribe así porque –también– está indagando. Lo suyo es indagar, es cierto. Más ahora que de costumbre. Quiere saber, y vamos queriendo saber con ella. Liliana vuelve a existir, casi tangible. A como existe para su hermana mayor. Para su madre y su padre. Para quienes la conocieron y amaron. "Este libro es para celebrar su paso por la tierra". Y lo celebra. Nos trae a Liliana. Nos la contagia. Nos la deja. Liliana nos habita. 

¿Liliana Rivera Garza? ¿la estudiante de arquitectura en la UAM? ¿la muchacha alta de los cabellos largos y lacios? La que quería estudiar una maestría y luego el doctorado. La que soñaba con vivir en Londres. ¿Ella? Casi la miro. Busco imágenes de Toluca para imaginarla con más detalle. Allí creció. Busco pasillos, aulas de la UAM Azcapotzalco. Liliana necesita escribir. Escribe cartas, mensajes, reflexiones de su vida diaria. Escribe frases en las esquinas de sus cuadernos, a mitad de las notas de una clase. Y hace dibujitos junto a sus palabras. Esa transmisión del amor por las palabras en la familia Rivera Garza. ¿De dónde vendrá? Las hermanas lo comparten. Liliana escribe y guarda. Será su hermana Cristina quien un día, tres décadas después de su feminicidio, abra las cajas. Ahora es ella la guardadora de la memoria y de las palabras de su hermana. Es ella quien exige justicia. El feminicida ha caminado libre por las calles. Hasta un día.

Aquel mes de octubre. La familia va por última vez a la casa de Liliana en Azcapotzalco. Recoge sus objetos. Las "siete cajas de cartón y los tres o cuatro huacales pintados de color lavanda". Durante 30 años en el tiempo marcado por el calendario, nadie las abrió. Es tan otro el tiempo de la subjetividad. "¿Qué desata la sensación de que ahora, después de tanto tiempo, una por fin está lista para afrontar la tragedia y el conocimiento de la tragedia?... El tiempo no pasa en absoluto. El pasado nunca es el pasado". Sucedió en la madrugada. El feminicida estaba al acecho. Esperó a que se quedara sola. Un vidrio roto. Un palo para retirar el cerrojo. Nadie escuchó nada. Pero, sí, un testigo. El depredador irrumpió en la vida de Liliana a principios de la prepa. Insistió muchísimo para quedarse. Se impuso. ¿En qué momento comenzó a amenazarla? ¿desde cuándo el primer jaloneo? Una tiene la impresión de una sombra. Mirado de lejos por las/os amigas/os de Liliana. Omnipresente y oculto. Esa personalidad embozada. "El caudillo del silencio". Sabemos y Cristina nos lo dice, que el peligro aumenta cuando el depredador tiene claro que su presa ya es libre. Que su mirada ya no le está dirigida. Entonces, cortó de tajo esa mirada. Y escapó. Siempre cobarde: escapó. Le permitieron escapar. 

Y la familia de la muchacha asesinada fue expulsada (segundos, bastan segundos), hacia el espacio más desamparado y cruel del mundo: ese en el que ella ya no está y en el que dejó de estar de esa manera: asfixia provocada. Feminicidio. La extraordinaria escritura de Cristina: "¿Se puede ser feliz mientras se vive en el duelo? La pregunta, que no es nueva, surge una y otra vez durante esa eternidad que es el quebranto. Se habla mucho de la culpa, pero no lo suficiente de la vergüenza. La culpa del sobreviviente puede atraer una sospecha acaso saludable, un titubeo incluso razonable, acerca del placer, del gusto, de la compañía- La vergüenza es una puerta cerrada a piedra y lodo. Pocas actividades requieren más energía, tanta atención al más mínimo detalle, como odiarse a sí mismo. Es una tarea milimétrica, agotadora. De tiempo completo. Durante los primeros años de su ausencia, cuando los años se fueron acumulando uno sobre el otro y todavía era imposible siquiera pronunciar su nombre, fue fundamental prohibirse cualquier actividad que pudiera interrumpir la danza de la vergüenza y el dolor".

Recrear la madrugada del asesinato de Liliana. La llamada de emergencia. Denunciar al asesino: Ángel González Ramos. Impune. En libertad. Impune. Tan insoportable y habitual. Se dio a la fuga. ¿Por qué se detuvo la investigación? Don Antonio, el padre de Cristina y Liliana no contaba con los recursos para pagar la elevada cantidad que le exigían para continuar la búsqueda. Y jamás se lo ha perdonado. Es así: las víctimas que sobreviven no se perdonan y terminan en el lugar del culpable. Ese siniestro mundo al revés. "Cuántas veces al día se reprocha no haber tenido los fondos suficientes. Cuántas veces retumban en sus orejas las palabras soeces, las palabras crudas, las palabras bestias de fauces abiertas con que los comandantes y agentes se refirieron al cuerpo de Liliana. A la vida de Liliana. A la muerte de Liliana". De esas "siete cajas y tres o cuatro huacales pintadas de color lavanda", surgen los cuadernos y las notas que Cristina nos comparte. Fragmentos del diario de "una muchacha en flor". La escritura de Liliana. Tras largas búsquedas, Cristina encuentra a las/os amigas/os más cercanos de su hermana, y nos hablan de ella. Esa polifonía alrededor de un rostro, de una vida, de un nombre.

"Porque estábamos muy solos, Liliana. Porque nunca estuvimos tan huérfanos, tan desasidos, tan lejos de la humanidad… No supimos qué hacer. Ante lo inimaginable, no supimos qué hacer. Ante lo inconcebible, no supimos qué hacer. Y callamos… Solos y derrotados. Solos y deshechos. Triturados. Tan muertos como tú".  La solicitud para la búsqueda del expediente del feminicidio de Liliana "fue recibida el 3 de octubre de 2019". Su hermana y sus padres solicitan que se reabra el caso. Pasaron "veintinueve años, añado, veintinueve años y tres meses y dos días". En su libro para Liliana (con Liliana, hacia Liliana), Cristina muestra un croquis de su departamento en Azcapotzalco. Tiene un pequeño patio y una ventana junto a la cual colocó su restirador. Era el primer espacio de su independencia. El de su libertad de mujer adulta. Estudiante universitaria. 

Liliana vivía en la calle de "Mimosas", justo ese nombre de flores amarillas. Justo esas flores que en Italia son el símbolo de los feminismos, de la lucha por los derechos de las mujeres. Flores del mes de marzo. Algo me sucede (porque el inconsciente tiene sus vuelcos), al intentar escribir de nuevo el título del libro de Cristina me confundo, me resbalo y leo que escribí: La inevitable primavera de Liliana. Como en una secuencia. Quizá. Primavera amarilla. Que se abra el caso. Es para ahora. Es para ya. "Busco justicia, dije finalmente... Busco justicia para mi hermana". Y la vamos a buscar contigo, Cristina. A como nos digas, a donde nos cites. Por Liliana, por las todas las niñas, adolescentes y mujeres víctimas de feminicidio, por la tristeza tan honda y la rabia tan honda de los siglos en los que no tuvimos –como tú tan bien señalas– las palabras adecuadas: se llama estar en peligro, se llama acoso, se llama hostigamiento, se llama violencia, se llama feminicidio. Por el aislamiento y por los desamparos. Ahora vamos juntas. He allí una inmensa diferencia: Vamos juntas. Hacia la justicia. Hacia la inevitable primavera de Liliana.