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Irina: carta a mi padre

Las formas cotidianas de discriminación que genera la discapacidad y el proceso de reasignación sexual. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Irina Echeverría y las batallas contra el cuerpo. La doble traición: un cuerpo cercado por una enfermedad degenerativa y un cuerpo masculino de nacimiento con el cual sus identificaciones y sus necesidades de vida no correspondían. Ella estaba allí. Suele decirse: "atrapada".  Desde siempre. "Carta a mi padre. Testimonio de una persona transexual con discapacidad" fue publicado en 2008 por CONAPRED con un prólogo de su fundador y entonces director, el tan entrañable y querido Gilberto Rincón Gallardo. En 2010 la cineasta Jacaranda Correa dirigió el documental: "Morir de pie" en el que acompaña a Irina y a su compañera de vida Nélida Reyes en su compleja y larga confrontación con las formas cotidianas de discriminación que genera la discapacidad y el proceso de reasignación sexual. "Morir de pie" obtuvo el premio al mejor largometraje documental en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara. 

Una amiga me regaló ahora este libro que leí hace más de diez años. Volví a leerlo de un tirón. Un niño y sus hermanas crecen en una familia de izquierda muy comprometida. Un padre al que admira: es un luchador social, fue preso político en Lecumberri. Un padre cumplidor a pie juntillas del mandato de "la hombría". No es lo mismo cuestionar al sistema que cuestionarse a sí mismo. Una madre que pareciera opacada por la figura del padre, educada en la rigidez y la distancia. Una madre que no permite llorar. A los cuatro años al niño le realizan una operación de columna que lo mantuvo postrado durante un año. Fue diagnosticado con una enfermedad degenerativa que muy pronto atacó sus piernas y sus manos. Fue violado por su tío en la infancia. Nadie supo nada. Nadie notó su sufrimiento. Irina crecía en los territorios de lo No Dicho. Con grandes mayúsculas. Un padre ausente. Una madre instalada en el "aquí no pasa nada": "nunca pensó que tuviera el esfínter lesionado por la bestia de su hermano".

A los siete años viaja con su padre a Rumania para seguir un tratamiento, el padre continua allá su trabajo político. También pasea y admira el paisaje. La madre imagina, o al menos así lo expresa, que es una oportunidad para que padre e hijo logren un acercamiento. En ese viaje, entre tratamientos dolorosos y una soledad más grande que su cuerpo, abrigado por una joven enfermera de nombre Svetlana, Irina siente por primera vez -en toda consciencia- el deseo de ser mujer. Y con los días su reflexión avanza: odia ser hombre. Dada de alta, regresa al hotel donde se hospeda su padre. El niño necesita ir al baño y no tiene quien lo ayude. Su padre está en una fiesta. Cuando el padre regresa las sábanas están empapadas: "Esa noche volví a llorar, te despertaste y me obligaste a escribirle a mi madre, diciéndole que yo era un 'chillón maricón'; hasta me pintaste los labios con un bilé para marcar la carta con un beso de 'niño maricón'...Esos fueron los cinco meses más tristes. Nunca hablé de todo esto con nadie". 

Sus manos comenzaron a perder fuerza, los objetos se le resbalaban, no podía sostenerlos. Su cuerpo lo traicionaba y el padre respondía con furia como si ese daño que avanzaba fuera una afrenta dirigida a él. El señalamiento de una falla. Irina fue dejando de comer por miedo a que se le cayera un vaso, un plato. El ritual de los golpes. Un puñetazo porque juega con su hermana y el padre supone que la está molestando, porque reprueba en la escuela. El vínculo sin palabras y la violencia de las palabras, cuando las hay. Paralelo al avance de la enfermedad crecía su rechazo por ese cuerpo masculino: "si me veía completamente desnuda pensaba: 'ojalá que cuando crezca se me caiga el pene'. Esta fue una esperanza que albergué durante muchos años, hasta que entendí que no se me iba a caer". Un amigo le dice que se parece al Ché Guevara “...tenía una identidad… y me empecé a disfrazar del Ché"... yo protegí ese disfraz… lo asumí, lo acepté, lo quería me gustaba y así hice mi vida".

¿Acaso tenía otra opción? Desde los 18 años se desplazaba en una silla de ruedas. Su enfermedad era lo suficientemente brutal, no había margen para pelear por más. Conoció a Nélida. "Me enamoré de ella perdidamente, nos casamos en Cuba y vivimos como pareja heterosexual más de 10 años". Cuando su enfermedad comenzó a afectar su visión Irina pensó en suicidarse. "Regresaron los fantasmas de la infancia: no llores, no te angusties, no sientas, no digas nada, no pasa nada". Pero todo pasaba. Ante la posibilidad de la muerte elegida Irina sintió que no podía hacerlo: "Tenía muchas cosas por definir…

Si el diagnóstico de los médicos era correcto y yo solo tenía tres años para aprovechar mi vista... tenía que verme como siempre me quise ver, como una mujer".  ¿Cómo decirle a Nélida? La persona más importante de su vida. Cómo se dice: ese hombre con el que has estado casada durante todos estos años es una mujer, pero sigo siendo la misma persona.

Una noche abre el armario de su esposa y toma un vestido, se lo pone y duerme casi como nunca. "Recordé que mi cuerpo no debía haber sido el de un hombre que era una mujer. Ese día nací como Irina". El dolor de Nélida. Su sorpresa. Su enojo. Su amor que por un tiempo declaró que había dejado de existir y que, sin embargo, seguía allí. Sigue allí.  "Me llamo Irina, quiero que me nombres así… Fue una situación dicotómica porque, por un lado, sentía que al mirarme al espejo me acercaba más a lo que yo quería ser y, por el otro, detrás de esas imágenes estaban todas mis pérdidas. Era terrible". La ruptura familiar. una hermana que declara: "Es que tú mataste a mi hermano". La otra hermana: "No quiero volver a saber de ti. No sé qué le voy a decir a mis hijas. Tú me quitaste a mi hermano, no te lo voy a perdonar nunca, nos engañaste toda la vida". Irina habría deseado tanto no engañar nunca a nadie. Pero en su mundo no había espacio para ella. 

Comenzó a inyectarse hormonas a partir de las recomendaciones de medicamentos que se intercambiaban en una página de internet en la que conversaban personas en transición. "Todo el tiempo en la casa estaba vestida de mujer. Dormía vestida de mujer". Un día la automedicación le provocó una intoxicación seria. Nélida que ignoraba que Irina se inyectaba estaba aterrada y furiosa. Ella también tenía un tránsito demasiado doloroso por hacer: renunciar a su esposo e imaginar una forma completamente distinta de encuentro afectivo. Es muy importante como Irina considera la transexualidad como un proceso que un día termina. Ese día no eres ya "una mujer trans", sino simplemente: una mujer. "Tomar a la cirugía de reasignación como un factor para considerar acabado el proceso de transexualidad, en países como México, es subjetivo. Una persona dejaría entonces de ser transexual cuando tuviera dinero: esa visión es elitista. Yo digo que estoy al final del proceso porque todo mi entorno social, laboral, familiar, afectivo, todo mi círculo, ahora me considera como una mujer". 

La discriminación por su discapacidad y la discriminación por su proceso de transición. Casi todos sus amigos y amigas desaparecieron: "Es como vivir una psicosis social muy compleja. ¿A partir de cuándo dejé de ser aquél o aquélla? ... ¿hasta dónde la amistad se rige por un género y no por un afecto?"  Para Irina se sumaban las pérdidas. Cuando luchaban con el comité vecinal por el tan elemental derecho de Irina a contar con una rampa, conocieron a Jacaranda Correa y el excelente documental en el que narran sus vidas se puso en marcha. Si el mandato familiar se jugaba en la prohibición de decir, en el mandato de sumisión y silencio: Irina lo rompió con todo. Con su escritura y con el documental. "Lo peor de todo es que la discriminación acaba por convertirse en algo cotidiano, 'normal'. Para quienes somos víctimas de esa situación jamás será natural, llegamos a acostumbrarnos". El mensaje de una sociedad que no ha sido capaz de crear espacios incluyentes es muy claro: "Entonces no pertenezco a todos lados, hay sitios en los que no soy bienvenida, aunque no me lo digan, basta con querer entrar y no poder".

Irina y Nélida continúan compartiendo sus vidas. A pesar de sus enormes dificultades recrearon juntas una manera de amarse y de convivir. Recrearon una familia. Un entorno para protegerse tanto como sea posible de la violencia de afuera: "Cualquier forma de discriminación lleva su grado de agresividad. Ser invisible para los demás es ser agredido". No hay "finales felices", hay desenlaces solidarios, transformadores, valientes. El niño humillado por el padre pudo sobrevivir y reconstruirse. Fue capaz de dejarlos atrás a él y a su círculo de violencia. Irina -contra viento y marea- supo elegirse.