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Estrategias divergentes y conclusiones precipitadas sobre la pandemia

Estamos lejos de tener un verdadero consenso mundial. | Paris Padilla*

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Escrito en OPINIÓN el

El 31 de diciembre de 2019 China notificó de la aparición de una neumonía de origen desconocido en la localidad de Wuhan. Días después la Organización Mundial de la Salud comenzó a alertar de la alta letalidad, la rápida capacidad de esparcimiento y de brotes en otros países del que desde entonces se conoció como el nuevo Coronavirus SARS-Cov-2.

A medida que el mundo entero entraba gradualmente en alerta, cada país fue tomando las previsiones que creyó convenientes y la misma OMS ha emitió recomendaciones que podrían sonar confusas e incipientes. Tal disparidad en las estrategias y lo errático de la información parece extraño en un mundo tan interconectado como el que tenemos en las primeras décadas del siglo XXI, pero se debe considerar lo desprevenida que encontró la emergencia sanitaria a la humanidad, y comprender que a veces la ciencia avanza al mismo paso que los fenómenos que estudia.

Por este desacompasamiento entre la ocurrencia de los fenómenos y la certeza del conocimiento que se puede tener de ellos en tiempo real es que se considera que una de las grandes ventajas de la disciplina de la Historia es que ésta permite dar explicaciones más acabadas, ya que atiende el fenómeno una vez que se ha tomado cierta distancia de este.

Resultarán por lo tanto más esclarecedores los resultados que nos traiga el futuro (probablemente uno no muy lejano) sobre la pandemia de coronavirus, cuando se analice la crisis sanitaria desde la perspectiva histórica. Entonces podremos hacer una mejor comparación de las respuestas de los gobiernos y sopesar las críticas que estos recibieron al implementar estrategias para aminorar los daños, pues solamente estudios amplios, con los datos, las métricas y la evidencia científica suficiente mostrarán con más certeza qué países tomaron las decisiones adecuadas en temas tales como la realización masiva de pruebas clínicas, el cierre de fronteras, el confinamiento de las poblaciones y demás medidas que se han puesto en marcha.

De momento, resulta llamativo ver que no únicamente los países del tercer mundo son los que enfrentan duros cuestionamientos sobre las decisiones tomadas para proteger a sus poblaciones. Japón, por ejemplo, país considerado punta de lanza en la ciencia y la tecnología, está siendo juzgado por el escaso número de pruebas clínicas. En una entrevista para CNN, Kentaro Iwata, un especialista de control de infección, señaló que hasta el día 3 de abril en la nación de 125 millones de habitantes apenas se habían hecho pruebas en poco más de 39 mil personas. Con preocupaciones de que los contagiados asintomáticos no están siendo sometidos a pruebas y se desconozca la amplitud del contagio Japón si bien sólo recientemente decretó estado de emergencia en algunas regiones, no ha incrementado sustancialmente el testeo ni ha impuesto el confinamiento obligatorio a nivel nacional, a razón de no dañar severamente su economía ni los derechos de las personas.

En otras naciones del Primer Mundo sucede algo similar. El Reino Unido ha enfrentado críticas por el número de pruebas aplicadas y se ha acusado al gobierno de Boris Johnson de haberse tardado en incrementar la cantidad de laboratorios que podían realizar la PCR. En España los cuestionamientos con tintes políticos también se han dejado ver, ya que, si bien los españoles al 13 de abril habían registrado un promedio de 20 pruebas por cada mil habitantes, desgraciadamente se cuentan entre los países con más fallecidos, algo que ha sido aprovechado por la oposición de la nación ibérica para pedir la destitución del presidente Pedro Sánchez, a quien se ha acusado de negligente y de mentir sobre el número de fallecidos.

Mención especial también merece el caso de Suecia. Esta nación escandinava que anteriormente ha sido reconocida por su estado de bienestar, dejó seguir la vida cotidiana y levantó solamente algunas restricciones en cuanto al número de gente que podía congregarse en espacios públicos. Aunque dichas medidas parecían estar surtiendo efecto, en fechas recientes los muertos han incrementado y sólo el futuro nos dirá si la alternativa sueca tuvo algo qué ver en ello.

Por otro lado, están países que aparentemente han respondido mejor a la crisis sanitaria. Pese a la cercanía con España, Portugal apenas tiene un décimo de los contagios de su vecino y sólo 735 decesos al momento de escribir estas líneas, lo que parece ser resultado de haber adelantado el cierre de escuelas, anticiparse al confinamiento de manera voluntaria por parte de la sociedad y, también a diferencia de España, haber mantenido la unidad política. Vietnam, igualmente, ha acumulado muy pocos contagiados y decesos con la postura de hacer pocas pruebas en comparación con otros países, pero enfocándose en rastrear los brotes y confinar rápidamente a los portadores.

Al ver las cifras de la organización Our World in Data sobre el número de pruebas practicadas alrededor del mundo se puede llegar a comprender que la cuestión es más compleja que simplemente exigir la aplicación masiva de pruebas. Ahí se puede observar que, según la tendencia al 20 de abril, no va a ser Corea del Sur, sino Islandia la que probablemente termine haciendo más pruebas a su población en un corto tiempo, pero este país apenas cuenta con 364 mil personas, por lo que no es de extrañar que en la misma gráfica le sigan Estonia, Noruega y Suiza.

Sin embargo, actualmente sabemos que países con una población considerable se han visto en la necesidad de incrementar el número de pruebas por estar presenciando altas tasas de transmisión y en esta línea los Estados Unidos van a la cabeza con la realización de aproximadamente 100 mil pruebas al día desde las últimas semanas.

Al respecto, una reciente investigación de Vox llevada a cabo por el periodista Ezra Klein abordó la interrogante de si, a pesar de estarse llevando a cabo un importante número de pruebas en los Estados Unidos, este país no se está quedando corto para acabar con el virus y resolver la crisis de manera efectiva.

El reportaje de Vox es llamativo por varias cosas. Una de ellas es que los expertos que Klein entrevistó concuerdan en que si realmente se quiere acabar con el virus y aminorar los daños a la economía de los Estados Unidos (causadas en buena medida por el confinamiento de la sociedad), la escala de las pruebas y los gastos financieros deben ser de un orden colosal, del tamaño que a muchos les sonaría irrealizable. Algunos de los expertos consultados por Klein sugieren cinco millones de pruebas al día, pero otros señalan que incluso estas cifras serían inútiles si se pretende controlar de verdad el esparcimiento del virus, y que en realidad se necesitaría un grueso de 25 millones de pruebas diarias en esa nación para aplanar pronto la curva, y aun así existiría la posibilidad de quedarse cortos.

Quien llegue a pensar que alcanzar estas cifras es simplemente cuestión de voluntad estaría siendo muy ingenuo. Como se explica también en el mencionado reportaje, llevar a cabo pruebas en esta magnitud significaría reorientar a los Estados Unidos hacia una economía de guerra como la asumida en los conflictos bélicos mundiales del siglo pasado, lo que, a su vez, implicaría una profunda reforma fiscal para dotar a los gobiernos regionales de grandes presupuestos extraordinarios, de la preparación y entrenamiento de un ejército de personas para que se involucren en la dinámica de las pruebas, procurar los insumos directamente de las fábricas y forzar a compañías a producir los materiales específicos que se requieran.

Suponía el historiador Marc Bloch, al investigar la invasión alemana a Francia en 1940, que cuando no es el pasado el que se estudia sino un principio todavía activo esperamos que se nos advierta sobre nueva evidencia que emerja, a la luz de que es posible que toda la estructura de nuestras conclusiones pueda cambiar. Sus palabras son un llamado a la mesura en cuanto a anticipar resultados cuando se analiza el presente.

Las maneras en las que se está tratando de resolver la crisis sanitaria en los diferentes países y las alternativas que hasta hoy han surgido, sólo nos dicen que estamos lejos de tener un verdadero consenso mundial sobre cómo lidiar con una situación de este tipo, pero, al menos, y a bote pronto, lo que podríamos comenzar a asumir es la alta complejidad del fenómeno que tenemos ante nosotros, a darnos cuenta de que éste no podría tener respuestas sencillas y que no es recomendable anticipar críticas simplistas. Pero, todo esto probablemente nos lo aclarará el futuro.

 

*Paris Padilla. Autor del libro El Sueño de una Generación: una historia de negocios en torno a la construcción del primer ferrocarril en México, 1857-1876. Es especialista en Historia Económica por la UNAM y Maestro en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Es asesor político y de instituciones de gobierno y ha colaborado en medios como la revista Bicentenario, Huffington Post y la Silla Rota.