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Elecciones contaminadas

El ideal democrático es que los procesos electorales y las elecciones se lleven por la vía legal y en santa paz. | Joel Hernández Santiago

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Escrito en OPINIÓN el

Por supuesto, el ideal democrático es que los procesos electorales y las elecciones de un país, un estado o municipio se lleven por la vía legal y en santa paz. 

La expectativa es que haya una enorme participación ciudadana y que cada uno, de acuerdo con su leal entender y voluntad, vote por quien mejor le cuadre para dirigir al país en un lapso determinado y para que ese alguien preserve de forma eficiente los fueros y privilegios de todos. Y será la voluntad del pueblo quien gobierne. Y será la misma voluntad la que decida los cambios mediante su voto. Y en esto será determinante. 

Un poco a la manera de la frase sacramental con la que se ungía a los reyes de Aragón en su coronación: “Nosotros, de quienes uno es tanto como vos, y juntos más que vos, os hacemos rey para que cuides nuestros fueros y privilegios, y si no: no”. Y si no: no. Eso es. 

Ya en nuestros días se han creado modelos de democracia que permiten diversidad de fórmulas para formar gobierno, quién habrá de legislar en su favor como representantes de su voluntad y quién administrará sus bienes de acuerdo con las necesidades e intereses sociales.  

Y para que estos modelos de democracia funcionen, se han creado leyes e instituciones; derechos y obligaciones tanto de los actores políticos como de los ciudadanos. Y se han creado instituciones para cuidar que así sea. Y estas instituciones deberán priorizar la ley, el respeto a la ley, su cumplimiento y, cuando no se le acate, deberá determinar cuál será la sanción que recibirá quien transgrede esas leyes. 

Y lo mismo. Esas instituciones deberán estar al servicio de los mexicanos –en nuestro caso–, y deberán responder a los intereses de todos aquí. No hacerlo será traicionar a su ética y a su dignidad como garantes de nuestros derechos democráticos y traicionará a la ley. Llámese Instituto Nacional Electoral o Tribunal Federal Electoral, por ejemplo. 

Esto del todo cumplido para todos, así funciona en las democracias consolidadas. En países en los que no se pone en duda que el proceso democrático electoral se hará de forma transparente y dentro del marco de la ley: un voto es una joya y se respeta.

... Ahí, naturalmente hay divergencias entre partidos políticos y candidatos, toda vez que cada uno considera tener la razón, y que sus propuestas son las más sólidas y viables y responden al interés de cada individuo, quien vota y acepta el resultado. 

Y gana el que la mayoría decide. Y quien gana gobierna en favor de todos, aun de quienes no votaron por él o ella. Es asunto de democracia y de responsabilidades políticas y de gobierno. A fin de cuentas la opción ganadora gobierna para todos, porque todos juntos son una nación, un estado, un país, una patria y un espíritu de unidad y trascendencia. 

En México no es así. En México hoy hay divergencias entre partidos, candidatos y gobierno que son exceso. Todos meten la cuchara a su gusto y regusto. Muchos acusan al adversario y lo señalan y lo muestran para exhibirlo en sus más porfiadas miserias. No es una contienda que tenga que ver con lo democrático. Si es una guerra de fuerzas y de poder. Un poder que se usa para acusar y amenazar.

Y si bien hoy mismo las instituciones de lo electoral están sometidas a una agresión pocas veces vista, también es cierto que todo esto que ocurre es el resultado de muchos años en los que se debió fortalecer el sistema de partidos, para hacerlos eso: partidos políticos. Y se debió conducir a buen puerto la civilidad democrática de todos. No ha sido así. 

Tan no es así que durante los meses recientes hemos visto uno de los procesos electorales más sangrientos de nuestra historia. La polarización está mostrando ya sus resultados y hoy, unos contra otros se agreden, se acusan, se señalan como rapaces y delincuentes... Y lo peor, se matan unos a otros, ya entre políticos o crimen organizado con intereses políticos. 

Tan sólo de septiembre de 2020 a febrero de 2021 se habían registrado 90 incidentes de violencia política en México, de los cuales derivaron 108 víctimas: 75 asesinados –al menos 11 eran candidatos o aspirantes a puestos de elección popular– y 33 heridos, según estudio de Integralia Consultores. Por supuesto estas cifras se han incrementado en las semanas recientes hasta la mitad de abril de este año. Y todavía falta poco menos de dos meses para el 6 de junio. 

Nada parece contener esta ola de crimen y violencia política. Y aunque los primeros días de marzo la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana anunció la creación de una comisión para el cuidado de los candidatos políticos de cualquier partido. No ha funcionado. No ha dado muestras de prevenir acontecimientos y mucho menos de poner en proceso legal a quienes los cometen. 

Agravios entre partidos políticos, entre grupos de interés político, entre gobierno y adversarios políticos de gobierno que están en la liza. Instituciones de lo electoral amenazadas. Y todos gritan y todos gesticulan y todo el proceso electoral 2021 está contaminado de odio, de rencor, de venganza, de impunidad, de crimen, de sangre, de terror... 

Este es el panorama electoral de México hoy. ¿Quién tiene la responsabilidad de que esto no sea así? ¿Quién puede evitar que todo esto ocurra? ¿Quién debe hacerlo? 

Por lo pronto, y ante la posibilidad de que ganen candidatos indeseables por haber sido impuestos mediante ardides, es bueno recordar la frase sacramental de Aragón como punto de reflexión, y decisión.