Main logo

El privilegio de decidir

Para hablar del derecho a la vida, tenemos que hablar del derecho (no del privilegio) a decidir cómo vivirla. | Fernanda Salazar

Por
Escrito en OPINIÓN el

En los años ochentas la empresa Televisa produjo la adaptación de una novela del escritor cubano Félix Benjamín Caignet, que llevó por nombre “El derecho de nacer”. La historia que había sido antes transmitida en radio y tele, fue después adaptada en varias ocasiones, transmitía un mensaje antiaborto moralino y engañoso que, como casi todas las telenovelas, reflejaba y reproducía relaciones clasistas y machistas a partir de la manipulación de valores como la vida. 

El nombre de esta historia vino a mi mente a propósito del lema que utilizan diversos grupos conservadores para defender privilegios encubiertos en la consigna de defender la vida, y de las muy diversas maneras en las que la sociedad nos impide a las mujeres decidir sobre la nuestra. 

En ese sentido, resulta importante hablar tanto de derechos como de privilegios. En tiempos recientes, la narrativa de privilegios ha cobrado fuerza a partir del necesario reconocimiento de nuestra posición en la sociedad y de cómo, nuestra clase social, género, raza, lengua, religión, origen étnico, condiciones físicas, etc., nos ubican en una relación de poder sobre otras personas. Lo que no queda tan claro en la simplificación extrema del debate público es cómo eso se relaciona con los derechos humanos que deberían ser universales. Esto tergiversa este debate, porque al no hacer visible la relación, permitimos que se nublen las obligaciones del Estado y los compromisos políticos de la sociedad. 

Los derechos humanos parten de que toda persona, sin importar ninguna condición, debe gozar de los mismos derechos. Esto aplica para TODES. El problema es que, desde el origen, lo que se afirmó como universal solo es realidad para un pequeñísimo número de personas en el mundo y eso está directamente vinculado con las características y posición anteriormente mencionadas. Esto es lo que se traduce en privilegios. La lucha por los derechos humanos se trata de cómo hacer realidad para todas las personas, lo que hoy gozan solo unas cuantas, por opresión histórica sistemática hacia muchos y muy diversos grupos.

En ese sentido, queda claro que los grupos religiosos que atacan el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo (sea para abortar, para vestirse de la forma que desean, de tomar anticonceptivos, de tener relaciones sexuales con quien deseen), el derecho de las personas a casarse o vincularse emocionalmente con quien quieran, el derecho de las niñas, los niños y adolescentes a aprender y conocer su sexualidad, entre una larga lista, no están protegiendo la vida sino los privilegios de los hombres sobre la sexualidad de las mujeres y el privilegio de clase de quienes, sin importar las normas, pueden abortar porque tienen los recursos y facilidades para hacerlo. Esto, utilizando las creencias espirituales de las personas. 

A partir de la difusión del miedo al cambio social, buscan salvaguardar su poder y control. Siembran ideas como que la diversidad y la libertad implicará que las mujeres ya no querrán ser madres, que todas las personas serán homosexuales, que les hijes ya no respetarán a sus padres o que no tendrán “valores”. Todo esto, evidentemente falso y discriminatorio, con el fin de preservar un status quo insostenible. 

En muchas sociedades del mundo en las que los derechos se están viendo cada vez más amenazados, las luchas encarnizadas que vemos, y que son calificadas como “polarización”, pasan por la búsqueda -prácticamente a muerte- de desmantelar estructuras de privilegios vs. la lucha por mantenerlos. 

Por eso, quizás, el posicionamiento más importante que hoy en día tenemos que tomar es el de estar o no por el desmantelamiento de privilegios que den paso a un Estado no sólo de derecho, sino de derechos. A partir de eso, nuestros compromisos políticos, incluyendo las corrientes de pensamiento y acción política a las que cada une se sume, tienen más posibilidades de encontrar alianzas; aún incluso, desde creencias religiosas y/o espirituales. 

Para hablar del derecho a la vida, tenemos que hablar del derecho (no del privilegio) a decidir cómo vivirla.