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El miedo de volver a la normalidad

Volvernos mejores a raíz de la pandemia, no es más que un discurso hueco y con poco sentido si se mantienen las desigualdades y las brechas existentes. | Norma Loeza

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Escrito en OPINIÓN el

Hace poco más de un año, cuando nos confinamos en nuestras casas debido a la pandemia, pensábamos que sería por un periodo corto, en donde después de un respiro, volveríamos a retomar los trabajos, las escuelas, las vacaciones, las salidas con amigos y amigas. Pensamos que el mundo nos esperaría y que todo sería como volver de unas obligadas vacaciones y una pausa necesaria.

Y hay que decir que al inicio tuvo su encanto, después de todo. A nadie le cayó del todo mal levantarse un poco más tarde debido a que el traslado en auto o transporte público no era necesario, o ahorrar en comidas fuera de casa. También en materiales para la escuela, o reemplazos de uniformes, zapatos y tenis a mitad del año escolar.

Sin embargo, hoy sabemos que la pandemia ha significado muchas cosas a nivel individual o colectivo, pero no necesariamente un respiro. A los graves problemas que como nación y en el mundo ya enfrentábamos –mismos que se vieron agravados por la irrupción de la covid-19– hay que sumarle el dilema de la reconstrucción y la pretendida vuelta a la normalidad.

Y es que eso que llamábamos “normalidad” antes de la covid 19, tampoco era tan “normal” que digamos. De hecho, nuestras sociedades siempre han sido omisas de las diferencias y la diversidad, encerrándose en el miedo –que fácilmente se convierte en odio– a lo que es diferente, y en general, a la desconfianza hacia las personas que se asumen como distintas de la mayoría.

No olvidemos que la discriminación basada en prejuicios es la principal causa de desigualdad y negación de derechos, especialmente para ciertos grupos en específico. El color de la piel, la discapacidad, el origen étnico, el género, la edad siempre han sido etiquetas que han provocado confrontación con la idea de “normalidad” construida desde el privilegio y la hegemonía.

A la injusticia histórica en que han vivido los grupos discriminados, habría que añadirle el efecto de una pandemia global que tuvo efectos adversos y particularmente más graves para las personas menos favorecidas.

Como ejemplo de lo anterior, están las mujeres que de por sí ya enfrentaban una preocupante desigualdad en cuanto al acceso al empleo y salarios bien remunerados. La pérdida de trabajo que significó la pandemia, golpea de modo particular a aquellas mujeres que perdieron su empleo y ahora deberán enfrentar mayor competencia (entre ellas y frente a los hombres también desempleados) para encontrar un trabajo digno y decente. 

Si a eso sumamos la desbordada violencia en los hogares, el rezago escolar y la dificultad de acceso a servicios sanitarios –todas ellas problemáticas que afectan de manera particular a las mujeres– es claro que las soluciones no emergerán con sólo aplicarse una vacuna. 

La idea de volver a la “normalidad” nos lleva por tanto a preguntarnos: ¿qué era eso de ser “normal”? y sobre todo, si es a esa realidad a la que es preciso volver. Y la respuesta en realidad va más allá de solamente señalar que muchas de las problemáticas que vivimos no surgieron con la pandemia, sino que son resultado de otras circunstancias igualmente preocupantes.

Por ejemplo, pensemos que ya teníamos problemas graves de pobreza y de acceso a servicios básicos para un considerable porcentaje de la población. De acuerdo con el CONEVAL en 2018 41.9% de la población (52,4 millones de personas) vivía en pobreza en nuestro país. De acuerdo con esos mismos datos 7.4% de la población (9.3 millones de personas) vivían en pobreza extrema. 

El Consejo actualizará los datos al 2020 en agosto próximo, pero adelanta que en su medición de la pobreza, calcula que aumentarán entre 8.9 y 9.8 millones las personas con ingresos menores a la línea de pobreza por ingresos. De igual modo, se calcula que aumentarán entre 6.1 y 10.7 millones el número de personas con ingresos menores a la línea de pobreza extrema (Coneval, 2020).

Lo cual quiere decir que la “normalidad” ya era preocupante para ciertos sectores, y reconstruir esa realidad implica reconocer que no había cimientos sobre los cuales construir una mejor. El CONEVAL también sugiere en sus proyecciones para el informe que presentará en 2021, que la pandemia golpeó duro a los grupos de por sí ya excluidos, como son las y los jóvenes, las mujeres, las personas con discapacidad, la población indígena, las niñas, niños y adolescentes y las personas adultas mayores (CONEVAL, Comunicado 01, 2021)

¿A qué normalidad entonces queremos regresar? la pandemia dejó al descubierto las endebles estructuras que mantenían en graves rezagos a enormes sectores de la población. Es claro que pretender volver a hacer las cosas como las hacíamos antes, no representa esperanza alguna para los millones de personas que viven en situación de pobreza, desigualdad y discriminación.

Resulta preocupante, por tanto, que cuando se habla de volver a las escuelas o los trabajos, reabrir negocios o sitios turísticos, no pensemos que había importantes sectores ya en pobreza antes de la pandemia, para los cuales no se ofrecía, ni antes ni ahora, la posibilidad de superar sus históricas desventajas.

Si volver a la normalidad, significa mantener las desigualdades y justificar las brechas ya existentes, entonces es claro que la aspiración de “volvernos mejores” a raíz de la pandemia, no es más que un discurso hueco y con poco sentido.

Para muchos de los grupos en situación de vulnerabilidad, además, la sola idea de normalidad, ya debe ser suficiente para infundirles temor. El miedo constante al maltrato, a la violencia, a la exclusión, ya existía antes y después de todo, quien quisiera volver a vivir todo eso, o peor aún, darse cuenta que nunca dejó de hacerlo y en un escenario aún peor, podría recrudecerse.

Es momento entonces de reconocer que no estábamos haciendo bien las cosas antes, y que el impacto de lo que vivimos pudiera haber sido menor, si hubiésemos tenido estas reflexiones antes. Quizás no tan tarde para entenderlo ahora y empezar a construir una realidad distinta, menos “normal” y quizás más justa.

* Educadora, socióloga, latinoamericanista y cinéfila.  Orgullosamente normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002. Fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora. Escribe de cine, toma fotos y sigue esperando algo más aterrador que el Exorcista.