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Deseos feministas para el 2020: el tiempo de la cosecha

Hemos sembrado la semilla del cambio a lo largo de mucho tiempo. Es hora de empezar a cosechar y ver frutos. | Norma Loeza Cortés*

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Escrito en OPINIÓN el

Si bien el cambio de año puede no ser más que el término de un calendario para comprar otro y seguir con la vida y sus vicisitudes, también es cierto que culturalmente representa el cierre de un ciclo y época de reflexión y balance de lo aprendido, conseguido o avanzado. Es -en otras palabras- vaciar una maleta, para hacer otra con la mirada en el horizonte.

Partamos de reconocer que estamos en un momento importante para el feminismo como movimiento social. Este último año, no han sido pocas, ni sencillas, las situaciones que se han vivido en materia de lucha y exigencia de los derechos de las mujeres, no solamente en México, sino en todo el mundo.

La segunda década del siglo XXI, logró poner sobre la mesa, el postergado tema de la igualdad de género como nunca antes. Ya no sólo se trataba de poder votar o de ir a la escuela, ahora también se incluía junto a esos avances, la exigencia para lograr el cambio cultural que frenara la violencia y que evitara que las mujeres, jóvenes y niñas, siguieran siendo consideradas como mercancía o propiedad de alguien. Estos avances, sin embargo, también abrieron la puerta a otras formas de desventaja y discriminación.

Sí, es verdad que las mujeres en la actualidad estudian y trabajan. Pero ni las escuelas ni los centros de trabajo son espacios libres de acoso y hostigamiento por condición de género.

También es verdad que votan y ocupan espacios de toma de decisión, gracias a las cuotas de género. Pero no siempre eso se traduce en agendas propias, ni siquiera en la promoción de las agendas feministas. Y en esos espacios, tampoco están a salvo de la violencia política.

Y si bien en algunos lugares en nuestro país, como Oaxaca y la Ciudad de México, el derecho a la interrupción legal del embarazo fue aprobado, no todas las mujeres acceden a él de manera libre e informada.

Como resultado de haber abierto los ojos ante estas situaciones, la década termina con movimientos mundiales en contra de la violencia feminicida, en una escala nunca antes vista. Mujeres y jóvenes han salido a las calles exigiendo el derecho básico a una vida libre de violencia. Y es entonces que la intolerancia machista llega también a su punto más álgido de prohibición, señalamiento, acusación, ofensa y agresión.

Ahora es muy claro entender que nada costaba ceder algunas cosas, mientras se siguieran perpetuando otras. El patriarcado en realidad, no perdía nada con permitir que las mujeres se integraran al mercado laboral, porque sabía que al final ganaría con la mano de obra barata, la falta de prestaciones para ellas y sus hijos e hijas, y seguiría reproduciendo a fin de cuentas, un sistema desigual e inequitativo de origen.

Quizás por ello le tomó tan de sorpresa que el primer golpe proviniera precisamente de Hollywood, ese mundo de oropel que contribuía a perpetuar y difundir estereotipos femeninos. Hay que recordar que las primeras protestas visibles en contra del hostigamiento, acoso y violencia, donde las divas levantaban la voz y acusaban a pilares de la industria como depredadores sexuales, se volvieron globales gracias al movimiento #MeToo.

Y en realidad, éste fue solo el comienzo. Mujeres empoderadas de todo el mundo, aprovecharon la visibilidad y las redes sociales a su alcance, para protestar en contra de la violencia y en otro momento, también exigir la interrupción legal del embarazo como un derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. La Marea Verde se hace presente en diferentes países, recordando que en pleno siglo XXI, no todas las mujeres eligen ser madres por decisión propia.

Debido a éstas y otras manifestaciones, el feminismo a escala global inicia el 2020 con mayor visibilidad, pero fragmentado ante los cuestionamientos de su presencia en las calles y de los señalamientos de lo que para algunos/as serían las formas “correctas” y “aceptables” de protestar.

Es así que para este último año de la segunda década del siglo XXI, quizás ha llegado para feminismo el tiempo de la cosecha. Que toda esa visibilidad ganada trascienda el ataque y la descalificación en redes, y logre influir en las y los tomadores de decisión para que se traduzca en un marco legislativo adecuado, en programas, políticas públicas y presupuestos suficientes con enfoque de género, y en resultados efectivos que garanticen la igualdad sustantiva.

Ojalá trascendamos las burlas hacia el lenguaje inclusivo, y encontremos nuevas formas de nombrarnos en realidades donde siempre fuimos excluidas. No es gramática, es un cambio cultural que abarca nuevas formas de expresión y reconocimiento. Y para eso necesitamos ser consistentes y generar formas distintas de usar el lenguaje a nuestro favor.

También necesitamos generar las redes necesarias para que la violencia de todo tipo deje de ser un asunto secreto. Mientras más lo señalemos y lo visibilicemos, dejará de ser un asunto “familiar” y los violentadores tendrán mayor temor de enfrentar las consecuencias públicas de sus conductas.

Ello también implica el acceso a mecanismos efectivos de exigencia y acceso a la justicia. Si las autoridades responden a la presión social, no deberíamos dejar de ejercerla. Las arbitrariedades solo dejarán de suceder cuando tomemos consciencia del poder de nuestra voz y de la capacidad organizativa que genere sanciones sociales a quien ejerza o promueva toda forma de violencia hacia las mujeres, las jóvenes y las niñas.

El 2020 puede ser el año en que avancemos como movimiento, si concentramos esfuerzos en alguno de los rubros mencionados. También el año en que el movimiento crezca y se vincule con otras demandas urgentes como el cuidado del medio ambiente y el cuestionamiento al capitalismo como sistema depredador y promotor de todas las formas de desigualdad.

Las mujeres deberán ser conscientes del papel que jugaremos al iniciar la tercera década del siglo XXI. Ello también implica un diálogo interno, plural e interseccional que ubique las diferencias que como mujeres enfrentamos y la forma de construir alianzas con voces de mujeres que se ven discriminadas no sólo por condición de género, sino también por pertenecer a una etnia, profesar alguna religión, vivir con una discapacidad, formar parte de la diversidad, ser pobre… en fin.

Hemos sembrado la semilla del cambio a lo largo de mucho tiempo. Es hora de empezar a cosechar y ver frutos.

*Norma Lorena Loeza Cortés

Educadora, socióloga, latinoamericanista y cinéfila. Orgullosamente normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002. Fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora. Escribe de cine, toma fotos y sigue esperando algo más aterrador que el Exorcista.