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Centros comerciales y cosas peores

Más que luchar contra los centros comerciales hay que combatir las prácticas discriminatorias tan ‘normalizadas’, como prohibir el uso de cascos. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

Cuando uno usa la bicicleta de forma cotidiana, es común que olvide quitarse el casco. Así me ocurrió recién al ingresar a la plaza comercial Oasis. En el control sanitario, una persona de seguridad me indicó que debía quitarme el casco, una indicación absolutamente discriminatoria. No era un tema de seguridad, el problema es que buena parte de quienes llegan a los centros comerciales en bicicleta son repartidores que, una vez que ponen un pie dentro de estos espacios, deben mimetizarse con los clientes, de lo contrario tienen prohibido el acceso.

Hace unas semanas coincidí en un programa de televisión con Saúl Gómez, de la organización Ni un repartidor menos, quien reclamó que no dejan pasar a los repartidores con mochilas, lo cual los vulnera, pues al dejarlas fuera del centro comercial pueden perderlas. Cualquier centro comercial carece de espacios para los repartidores y les impone reglas discriminatorias. El problema de fondo no es Plaza Oasis en sí, sino nuestro modelo de convivencia basado en los centros comerciales.

La clase media convive los fines de semana en estas majestuosas cavernas de Platón. Es mucho más fácil llegar en auto, comportarse como los demás asistentes, comer en alguna franquicia, comprar una que otra prenda, que salir a disfrutar espacios públicos sucios, deteriorados, inseguros o invadidos por vendedores informales. 

Uno de los grandes problemas de la convivencia urbana en los centros comerciales radica en esta construcción platoniana que nos hace imaginar que toda la sociedad es como nuestra sombra.

Los centros comerciales son la antítesis del espacio público. Se les llama “no lugares” porque en el fondo son espacios idénticos, sin importar el país o ciudad en que se encuentren. También hay una conducta esperada de quienes concurren a estos sitios privados. Quien se sale del patrón es observado por todos los demás con sorpresa y hasta con desprecio.

En mi acto distraído de presentarme en el filtro sanitario con el casco puesto estaba cruzando el umbral del desprecio. Conforme a la conducta esperada, nadie hubiera visto bien un posible reclamo de mi parte. Más de una persona habría dicho: si no te gustan las reglas del lugar, no vengas. Sin embargo, de haberme impedido el paso con casco puesto, la plaza, a través de su personal de seguridad, habría cometido un delito tipificado en el Artículo 206 del Código Penal de la Ciudad de México. Cedí.

Los centros comerciales forman parte de la vida cotidiana de nuestras ciudades. Esto podría ser distinto. Por ejemplo, podríamos publicar una ley que limitara el tamaño de plazas comerciales. Más allá de si esto es constitucional o no, tendría un impacto relevante en nuestras urbes: más calles comerciales, como antaño, y la demanda de mejores espacios públicos para frecuentarlas.

Existen modelos intermedios, por supuesto, de los que hay muy pocos ejemplos en nuestro país: transiciones suaves entre el pequeño comercio a nivel de calle y los centros comerciales. Reforma 222 sería un ejemplo, lo mismo que los pasajes comerciales del Centro Histórico de la Ciudad de México.

En Hong Kong hay un centro comercial de 14 pisos. Los usuarios deben subir hasta el último piso por medio de dos escaleras de por lo menos 70 metros de desplazamiento y de allí bajar en espiral por todos los niveles. Al llegar a la planta baja uno se confunde, no hay un límite claro entre el comercio de dentro de la plaza, y el de afuera.

El proyecto de Cetram Chapultepec incluía un centro comercial. A mi juicio tenía una gran virtud, más allá de los dos pisos comerciales en niveles distintos al de la calle. Sobre la base del “mall” se conformaba una calle comercial que, al menos en planos, reducía la ruptura que representan los centros comerciales.

La discriminación que denuncié al inicio de este artículo no tiene tanto que ver con el diseño de los centros comerciales, pero en buena medida, ambos elementos, discriminación y diseño, son consecuencias culturales. Las clases altas no quieren convivir con las bajas, pero la superación de la pobreza suele ir acompañada de comportamientos sociales en los que los centros comerciales ocupan un lugar relevante y aspiracional.

Bajo mi perspectiva, más que luchar contra los centros comerciales, que me parece seguirán construyéndose, hay que tratar de matizar la diferencia entre el comercio al interior de éstos, y el pequeño comercio de sus entornos; transformar sus horrendos estacionamientos en jardines y espacios de uso abierto al público, y combatir, por supuesto, las prácticas discriminatorias tan normalizadas, que no falta quien crea que los cascos están prohibidos por seguridad y no porque uno puede parecer repartidor, como si serlo nos hiciera menos.