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Cementerios de libros

Si antes había que vigilar que los libros no fueran quemados, hoy debemos cuidar que no se conviertan en letra muerta por falta de acceso. | Octavio Díaz

Por
Escrito en OPINIÓN el

“Retirado en la paz de estos desiertos, 

Con pocos, pero doctos libros juntos, 

Vivo en conversación con los difuntos

Y escucho con mis ojos a los muertos”.

Francisco de Quevedo

Las bibliotecas más bellas del mundo, tales como la del Trinity College en Irlanda, la del Monasterio del Escorial en España, la Apostólica Vaticana o la Clementinum en Praga, aparecieron en una revista de arquitectura. Entre ellas está la Biblioteca José Vasconcelos en la Ciudad de México y yo agregaría la Biblioteca Palafoxiana en la Ciudad de Puebla. Son obras maestras de la arquitectura, pero también almacenes de sabiduría de la humanidad.

Sin embargo, ver estas inmensas naves de libreros, sin personas hojeando sus textos, me hace pensar en ellas como cementerios de libros. Obras que nadie consulta, que nadie lee, son libros muertos. De lo que se trata es que estén vivos, pero ello solo se logra si hay lectores para, como dice Quevedo, conversar con los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos. 

Las bibliotecas depositan la sabiduría, ideas, creaciones y conocimientos de incontables autores y se hicieron para que un bien escaso, los libros, estuvieran disponibles a un amplio público. También los edificios que las contienen son espacios de remanso para aprender, meditar y semillero de nuevos libros.

Para los regímenes totalitarios y para los fanáticos intolerantes, las bibliotecas han sido siempre peligrosas, lo que ha ocasionado su destrucción a lo largo de la historia. Por ejemplo, la destrucción de la biblioteca de Alejandría, la de la Universidad de Lovaina a manos de los nazis o la Biblioteca Nacional en Irak durante la reciente invasión estadounidense a ese país.

En el caso de México, durante la Guerra de Reforma hubo una gran destrucción de bibliotecas conventuales a manos de los huestes liberales. Entre ellas, la del convento de San Francisco con 16,000 libros destruidos, la del convento de San Agustín y la del convento del Carmen en San Angel, todas ellas en la Ciudad de México. Se estima que se perdieron alrededor de 100,000 libros y manuscritos por la destrucción que sufrieron todas las bibliotecas conventuales. El libro ha sido durante siglos el formato favorito para la transmisión de conocimientos, creaciones literarias, ideas, reflexiones, doctrinas y entretenimiento. Los textos de menor extensión como artículos, cartas o poemas que se redactan en pocas hojas, han podido sobrevivir gracias a que se reúnen bajo el formato de un libro. A su vez, una forma de que sobrevivan los libros es almacenarlos en bibliotecas.

La revolución digital ha traído un cambio enorme en el medio de almacenamiento de textos, desplazando paulatinamente al papel.  Afortunadamente, grandes bibliotecas se han ido digitalizando y ahora están disponibles vía internet. Allí está también el enorme proyecto de Google Books con 25 millones de libros escaneados. 

Los medios digitales han contribuido a preservar las grandes bibliotecas de papel, pero también están saturados de basura. Redes sociales, blogs, revistas y periódicos efímeros de dudosa calidad, o bien, entretenimientos instantáneos, pornografía, juegos y otro tipo de pasatiempos, ensucian el ciberespacio. 

Ante esta inundación de basura intelectual, los libros, en su mayor parte, representan un esfuerzo por parte de sus autores para expresarse con mayor rigurosidad que otros formatos y por ello siguen siendo un medio más o menos confiable para obtener información, ideas y creaciones dignas de accederse.

Con los nuevos medios electrónicos, los libros también han entrado al formato digital y el futuro de las bibliotecas se estará bifurcando entre grandes almacenes de papel y depósitos contenidos en unos pocos centímetros cúbicos de electrónica.

Lo que no debemos permitir es que esos libros, que son la memoria y el conocimiento de la humanidad, se pierdan en esos grandes depósitos, sino que se conviertan en fuente viva de ideas y no en cementerio de estas.

Si antes había que vigilar que los libros no fueran quemados, hoy debemos cuidar que no se conviertan en letra muerta por falta de acceso. Las bibliotecas edificadas seguirán siendo obras arquitectónicas disfrutables por muchas personas, pero habremos de transitar hacia las bibliotecas electrónicas y así tendrán acceso un mayor número de lectores.

Imaginen que país sería el nuestro si en lugar de una biblioteca municipal con algunos miles de libros de papel a la que muy pocos acuden (además, hay muy pocas), a cada niño se le entregara una biblioteca digital en una tableta electrónica con acceso a decenas de miles de libros, y se les orientara y fomentara el interés por la lectura. 

Es importante que se vayan digitalizando y dando acceso abierto a esos enormes acervos hoy enterrados en bibliotecas de papel, para que sus contenidos revivan el diálogo entre lectores presentes y autores ausentes por la distancia o por la muerte y dejen de ser cementerios de libros.