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Cartografía de tu ausencia

Me dicen, papá, que hoy es el Día de los muertos. Y, que te espere. No sería hoy cuando puedo esperarte. Todavía no. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Ayer mi hijo Jerónimo me mandó unas imágenes de su altarcito. Hay unas fotos de mi papá cuando era un hombre joven. Cuando ninguno de sus hijos existía. Joven, sano y con la memoria en su sitio. Una escena sucede en Yucatán, con sus amigos de adolescencia y otra bajo un kiosco en Tabasco. Anoche la foto de mi papá estaba en el altar con el que su nieto honra a sus muertos, y ese dato, rotundo desde el 29 de septiembre del 2019, amenazó con arrojarme a un cierto abismo: el de la edad más que adulta y sus excesos. Anoche escaló los muros y se coló por la ventana: "una nueva arremetida de la soledad", diría el poeta José Carlos Becerra. Esa forma específica y minuciosa de la soledad que se instala ante la pérdida. Casi cruel, si una la deja.  

Una niega. Tanto como puede. Una pospone esa realidad. La va sorbiendo de a poquitos.  Una hace lo que puede con la ausencia a cuestas. Una inventa. No para de inventar. La memoria es un recurso -al parecer- de muy larga duración. Habitar de nuevo el mundo distinto en el que sí estaba vivo. Mi papá. Extraño con tanta furia saber que está. Así nada más: que está.  La niña estrena su vestidito azul. Salen a pasear. Es el principio de los tiempos en la Ciudad de las Calles que se Inundan. "Dicen que este año se desborda el Grijalva. No va a pasar, ¿verdad, papá?" "Las monjitas duro y dale que nos podemos ir al infierno, pero eso no existe, ¿verdad papá?" Si algo puedo reconocer en mis manos es el color, el sabor, el suave silencio de mi mano en su mano. Entonces, cuando su voz ordenaba mi mundo. Después suceden cantidades de cosas. Pero alguna vez, esa voz ordenó nuestro mundo. 

Las calles del centro son nuestro reino. Caminamos hasta el río, bajamos las escaleritas de piedra y nos sentamos en el borde. Somos los más expertos confeccionadores de barquitos de papel. Me dicen, papá, que hoy es el Día de los muertos. Y, que te espere. No sería hoy cuando puedo esperarte. Todavía no. El duelo es ese proceso en el que se van separando los vivos de los muertos. Hablo de oídas. En lo que tiene que ver con tu ausencia, solo hablo de oídas. Nos gustan mucho los animalitos. Pegamos las estampitas en el álbum del pan Bimbo: "La flora y la fauna". Me explicas que hay lugares donde las personas no se tropiezan con los lagartos sino con los osos polares. Que hay lugares donde los desiertos de arena son inmensos y escasea el agua. 

¿Cómo? En este mundo hay personas que viven distinto y ni siquiera se inundan. Me dices que no crea lo que cuentan los sacerdotes y las monjitas, los pobres van por la vida cubiertos de cantidades de trapos, ¡con este calorón! No pueden pensar con exactitud. Cuarenta grados. Con razón inventaron el purgatorio. Me parece que tu sabiduría es inmensa. Abrieron ese hoyo profundo y bajaron una caja contigo adentro. No tú, tu cuerpo. Me abrazas, no sabía que al final los nazis patearon a la puerta del refugio de Ana Frank y su familia. Bajamos en bicicleta la cuesta de la calle Mendez. Soy temeraria para que tú me aplaudas. Te pido que nunca más, nunca me digas que, "para ser una niña lo haces bastante bien". Seguro estaba morada de la furia. Imposible para ti registrarlo. No son tus tiempos. 

Según tú, la inteligencia en las mujeres es una mala virtud. En cambio, sí nos corresponde la imaginación. Inventar es nuestro reino. El tuyo y el mío. Invento que ayer me trajiste una serenata con marimba, que cantaste "Peregrina", que cenamos pibipollo. Mis amigues me dicen que sí me lo creen. Me preguntan detalles. Me parece muy contradictorio explicarle a una hija -por décadas- que es una insensata, que tu vida allá, a veces lejísimos y otras no tan lejos, protege su vida, y después, un buen día, morirte sin más. Me pongo morada nada más de pensarlo. Si soy una insensata, entonces regresa. Si me tropiezo con mi sombra, entonces, regresa. Si sumo dos más dos y me dan seis, entonces, regresa. Una vez te fuiste muchos días y tardaste en volver a la casa. Nadie nos explicó nada, pero escuché que estabas en un hospital. Las adultas no paraban de llorar mientras decían cosas absurdas como: "que no se enteren los niños". 

Regresaste. "¿Dónde estabas, papá?" Ya lloraban todas como que les dio el mal de nervios". "En Constantinopla". Así me enteré que entre Constantinopla y Tabasco es un viaje muy largo. Los trenes tardan muchísimo en llegar. Ni hablar de los barcos. Cuando fuimos a la playa vi esa cicatriz gigante que te atravesaba el cuerpo en diagonal. Me narraste la  tremenda batalla. Un sable otomano. "Papá, estabas en el hospital frente al parque de Los pajaritos". "La caída de Constantinopla, hija. Lo demás son chismes de pueblo".  También fuiste amigo del pirata Francis Drake y liberaste a Chucho el Roto de San Juan de Ulúa. No se necesitaba tanto. Para mí, que partieras un coco en dos era una gesta heróica. No sé cuándo dejé de verte así. Al menos en los espacios de pleno uso de mis facultades mentales. No sé cuándo dejé de verte así. 

Habrás caído como Constantinopla. Como caen irremediablemente los padres ante sus hijas. Pero ahora me regreso a los inicios. Esa es mi necesidad. Nuestra flota toma el Grijalva. Nos vamos a explorar nuevos mundos. "¡Tierra a la vista!" Grita mi hermano que todavía no sabe que, Marco Polo soy yo. Mi papá se acerca los binoculares y anuncia que la isla está habitada. Corremos hacia el paradero del señor del cayuco para atravesar hacia Las Gaviotas. "Tierra a la vista", grito yo, para darle una buena patada a los sueños de guía scout de mi hermano. Mi papá se ríe a carcajadas. "Prepárense para escuchar un idioma que desconocemos". Tu ausencia es un idioma que desconocemos. Tan indescifrable como la piedra Rosetta. No estoy preparada para entenderlo. Todavía no puedo. Todavía no quiero. No se me da mi regaladísima gana, ni siquiera intentarlo.