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Cambiar para seguir igual

El “amasiato” de Morena y el PRI amenaza con convertirse en matrimonio por conveniencia. | Adolfo Gómez Vives

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Escrito en OPINIÓN el

El 24 de agosto de 2018, el periódico oficial del estado de Chiapas publicó la reforma constitucional previamente autorizada por el anodino congreso de esa entidad federativa, que permitió la renuncia del entonces gobernador Manuel Velasco Coello, a efecto de que pudiera asumir el encargo de senador de la República y luego volver a ocupar la gubernatura chiapaneca.

Para redondear la inconstitucional maniobra, el Senado de la República —de mayoría morenista— le concedió a Velasco Coello la licencia que le permitió separarse de su escaño y volver a Chiapas como gobernador. A favor del embuste votaron nueve priístas entre los que sobresalen Claudia Ruiz Massieu Salinas, Beatriz Paredes Rangel y Miguel Ángel Osorio Chong.

Más tarde, el 21 de febrero de 2019, el Senado de la República votó por unanimidad la creación de la Guardia Nacional, cuya naturaleza militar y no civil, se ha venido consolidando ante el silencio cómplice de los legisladores del Revolucionario Institucional.

Designar al gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz Coppel como embajador de México en España, representa el reconocimiento público del amasiato que Morena y el PRI han mantenido desde siempre y que amenaza con convertirse en un sólido matrimonio por conveniencia, a partir de la recomposición de fuerzas en la Cámara de Diputados.

Para Morena, el fortalecimiento de su alianza con el PRI es indispensable, pues la necesita para alcanzar la votación requerida y para darle apariencia de legitimidad a la reforma con la que pretende sustituir a los actuales consejeros del Instituto Nacional Electoral, así como para obtener el reconocimiento constitucional de la Guardia Nacional, como el apéndice de la Secretaría de la Defensa Nacional que siempre ha sido.

El amasiato entre Morena y el tricolor es un factor clave que permite entender el porqué los grandes casos de corrupción de la pasada administración —como lo es el asunto Lozoya-Odebrecht— no avanzan y amenazan con perderse en los malabarismos de la impunidad, además de que permite confirmar que el famoso “juicio a los expresidentes” sólo fue una cortina distractora, respecto de los grandes problemas nacionales, que López Obrador no tiene intención alguna de resolver.

El PRI, que se escindió a finales de los años ochenta, con el arribo de los tecnócratas y el neoliberalismo como soporte ideológico, vuelve al poder con un nuevo membrete. Se cumplen así los designios de Manuel Bartlett Díaz, quien hace algunos años dijo: “hay que cambiar, pero para seguir igual”.