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¿Bien y de buenas?

Los líderes políticos deben saber cuándo, cómo y dónde ser autocríticos. | José Anto-nio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La autocrítica y el reconocimiento de los fracasos o errores no son frecuentes en el discurso político. La razón es obvia. Las equivocaciones cometidas en el espacio público casi siempre vulneran, debilitan o ponen en riesgo la reputación.

Los expertos aseguran que, en campaña, los candidatos prometen y se comprometen. También recomiendan que, cuando los ganadores llegan al poder, lo más importante es informar sobre los avances y destacar los resultados. Por eso es que sus mensajes siempre ponen el énfasis en todo lo que es positivo.

Sin embargo, es frecuente que se les pida que hablen también de lo malo, que reconozcan lo que no pueden hacer, que sean autocríticos, que no sean triunfalistas, que no maquillen o manipulen cifras, que no oculten información y que no mientan. En otras palabras, se les exige que sean realistas y objetivos. Pero eso no siempre es posible.

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Los líderes —pero más los estadistas— tienen que inspirar confianza; tomar decisiones firmes que beneficien a las mayorías; tener una gran capacidad para resolver conflictos y situaciones de crisis; cumplir sus compromisos; dar explicaciones (no justificaciones); y lograr los mejores resultados posibles, pero sobre todo tener una gran visión de futuro para definir el mejor rumbo para el Estado y la sociedad.

El buen líder, entonces, debe equivocarse lo menos posible. En consecuencia, los relatos y narrativas de sus estrategias políticas y comunicacionales no pueden girar de manera exclusiva en torno a su persona porque los riesgos de dañar la imagen se incrementan.

La sobreexposición mediática ya no es viable ni para las dictaduras. Las características y funcionalidad del nuevo ecosistema de comunicación obligan a adaptar los instrumentos y a redefinir los tiempos, procedimientos, protocolos y contenidos de los mensajes públicos.

Al menos en la mayoría de los casos internacionales que se han documentado.

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En el marco de una transformación nacional no es conveniente que el mensaje político privilegie solo lo positivo, el optimismo y la visión esperanzadora. La recurrencia y visibilidad de las situaciones de conflicto y crisis obligan a establecer nuevos protocolos en los planes y estrategias de comunicación e imagen de las instituciones. Y siempre que hay conflicto, por supuesto que hay adversarios y/o enemigos a quienes no se les puede ignorar públicamente.

Pero hay que tener cuidado en la forma en que se diseña el relato político porque para la crítica, la autocrítica, los ataques y los mensajes controvertidos es necesario planear con mucho cuidado cuándo, cómo, y en qué medios hay que utilizarlos. Frente a una sociedad cada vez más crítica ge informada, no es conveniente correr riesgos innecesarios que puedan afectar la gobernabilidad o los niveles de reconocimiento y popularidad de los gobernantes.

El establecimiento de límites a partir de la elaboración de códigos de ética y el apego a valores institucionales son la pauta que puede reducir los errores más importantes que se están cometiendo en varios países. Cuando las narrativas tienen su base en una visión de equilibrios y contrapesos, la argumentación fundamentada reemplaza al insulto, los datos duros sustituyen a la descalificación, la asertividad le resta fuerza al engaño, y el debate de altura se impone al pleito o la violencia.

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En la democracia moderna no existe una agenda pública dominante e impuesta desde el poder político o económico. Tampoco se puede discriminar, criticar o excluir a los grupos vulnerables o en situación de desventaja. Mucho menos asumir actitudes autoritarias que rechacen, impidan o inhiban la interacción y la conversación en los medios digitales y redes sociales.

El fomento de una cultura igualitaria e incluyente, la promoción de la igualdad entre hombres y mujeres; el respeto a la identidad y orientación sexual de las personas; el respeto a todas y todos; el respeto y defensa de la libertad de expresión y el derecho de réplica; y la exigencia de que todos los servidores públicos rindan cuentas a través de la diversidad de medios de comunicación disponibles son algunas de las características que tendrían que promoverse en el nuevo ecosistema de comunicación.

El cambio es posible y los ajustes que aún hacen falta son urgentes, si en verdad se quiere transitar hacia una transformación profunda de nuestro sistema político y económico. Los mejores relatos y narrativas discursivas son los que distribuyen las responsabilidades de agenda y mediáticas en su equipo de colaboradores.

Cuando se coordina la agenda de manera efectiva en torno a un equipo de voceros, aumenta el potencial proactivo, asertivo y creativo de la comunicación gubernamental. Por un lado, porque el equipo protege, apoya y fortalece la imagen del líder. Por el otro, porque se consolidan los principios de transparencia y derecho a la información.

Recomendación editorial: Mario Riordia y Omar Rincón (editores). Comunicación gubernamental en acción: narrativas presidenciales y mitos de gobierno. Argentina, Editorial Biblos, Colección Cuadrenos de Comunicación, 2016.