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Basta de indolencia

Las autoridades deben dar la cara y atender a las víctimas y a sus familias porque así lo manda la ley y el mínimo respeto a la humanidad. | Ivonne Ortega

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Escrito en OPINIÓN el

La toma del edificio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por parte de activistas y familiares de mujeres víctimas de feminicidio expone la gran deuda que el Estado mexicano tiene con ellas. De esa deuda podemos decir que el Estado no tiene intenciones de solventar, si tomamos nota de las expresiones ligeras e insensibles del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Para el primer mandatario del país, quien por ley está obligado a atender los reclamos de las y los gobernados, fue más relevante la pinta a un cuadro de Francisco I. Madero que el motivo de la manifestación. Y así lo manifestó, en ofensa hacia quienes han perdido hijas, nietas, hermanas, en esta noche de violencia en que se ha convertido México.

El propio autor del cuadro en cuestión, José Manuel Núñez, reconoció a través de las redes sociales que ante la dolorosa realidad de la violencia contra la mujer, las víctimas y sus familiares tienen todo el derecho a ser escuchadas, pues esa necesidad va más allá del valor de una obra de arte.

La integridad física, la vida de las mujeres, es invaluable. Y se ha perdido en miles de ocasiones. Por las miles de mexicanas que ya no pueden hablar, que fueron acalladas por la repugnante violencia, el Estado mexicano debe escuchar.

Escuchar es actuar frente al escenario de emergencia que es el territorio nacional, en un país como el nuestro en el que ser mujer es vivir permanentemente en riesgo, permanentemente con miedo.

Escuchar es obligar a las autoridades responsables a responder con hechos y a no dar portazos a quienes legítimamente reclaman atención. Las autoridades deben dar la cara y atender a las víctimas y a sus familias porque así lo manda la ley y el mínimo respeto a la humanidad.

Tomar un edificio y volcar hacia la calle lo que en él se encuentra fue la medida desesperada de quienes han perdido a sus seres queridos, de quienes han sido vulneradas en su persona y en su integridad por quienes no merecen llamarse seres humanos.

Pero resulta que tras tomar el edificio en busca de atención, desde el atril mañanero presidencial, la más alta figura del Poder Ejecutivo les responde con un reclamo lleno de egoísmo y de vanidad: les pide sentarse a hablar con quien no ha sido capaz de tomarles la llamada y de recibirlas en persona; les reclama sus acciones sin reconocer el dolor y la ira de quienes han sido afectados, afectadas, en lo más preciado.

Mientras no haya justicia, mientras no se atienda puntualmente a todas y cada una de las víctimas y sus familias, mientras sigan libres los responsables de tantos actos de violencia contra las mexicanas, no puede haber memoria histórica a salvo: las pintas de consignas se lavan, pero la mancha de la injusticia no se quita con nada del mundo.

Debemos todas y todos respaldar a quienes hoy se manifiestan. Demandemos todas y todos a las autoridades para que cumplan, y entendamos que el hartazgo y el dolor tienen muchas formas de expresarse, porque miles que han sufrido violencia no pueden hacerlo por sí mismas. Están muertas y exigen justicia.