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Adiós a la homeopatía

Porque no nos engañemos, la homeopatía es eso: agua, azúcar e historia; sustancias diluidas 30 veces o más que al final terminan en una concentración menor que la de poner un terroncito en el mar y lo más probable es que no quede una sola molécula del agente original

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Escrito en GUANAJUATO el

En el Siglo XIX, el fundador de la homeopatía, Samuel Hahnemann, inventó el término “alopatía” (de “alos” diferente) para la medicina convencional porque ésta hace lo opuesto que la enfermedad; digamos que si tienes dolor te damos algo que ataque el dolor. Por el contrario, la homeopatía postulaba similia similibus curantur (lo similar cura lo similar) de modo que si tienes fiebre te dan una sustancia que causa fiebre, como la quinina, sólo que extremadamente diluida; para que el agua se impregne, hay que golpear el frasco contra una superficie luego de cada dilución (se dice que Hahnemann lo golpeaba contra una Biblia). Al final impregnas gránulos, o“chochitos”, de azúcar con esa agua.

La homeopatía tiene un innegable valor histórico. Cuando la medicina convencional aplicaba sangrías, catárticos y revulsivos, llegó la homeopatía a dar agua, un placebo que al menos no dañaba. Porque no nos engañemos, la homeopatía es eso: agua, azúcar e historia; sustancias diluidas 30 veces o más que al final terminan en una concentración menor que la de poner un terróncito en el mar y lo más probable es que no quede una sola molécula del agente original. Entonces, la homeopatía es un implausible arte decimonónico que ya no se justifica, al menos con financiamiento del erario. No podemos seguir fingiendo que es algo más que un placebo como si no hubiera existido John Dalton (el de la teoría atómica) y como si no fuera que después de 23 diluciones no queda nada, por mas golpes que le peguemos. No debe sorprendernos que los ensayos clínicos no hayan podido demostrar ningún efecto terapéutico convincente de la homeopatía. Ya que el postulado de la homeopatía es en Latín, alcemos la copa y digamos ex nihilo fit nihil (nada surge de la nada).

Como cualquier prescripción, el efecto placebo te puede aliviar molestias, fatigas, catarros y dolores; hay homeopatía para casi todo, pero no para quitar piojos, que no toman sus maletas porque bebamos agua con azúcar. No podemos negar que la homeopatía es popular y mucha gente se siente bien cuando la toma. Por esos adeptos y por sus practicantes, cuando la cuestionas en las redes sociales recibes desde críticas y reconvenciones con testimoniales, hasta amenazas (éstas mayormente en Twitter, ese refugio de la cortesía donde pasas a ser un más de los agentes de la conspiración internacional del cártel farmacéutico). Es por eso que para hacerle frente el statu quo se requiere valentía, pero los gobiernos no quieren enmarañarse con nada que goce de cierta popularidad. En casos extremos como el de México, el gobierno incluso la financia y cuenta con escuelas y hospitales públicos homeopáticos. Una situación aun pero ocurría en Francia, pues ese país es el mayor productor de homeopáticos del mundo; sin embargo, Agnés Buzyn, su  valiente ministra de salud, recién anunció que el gobierno francés dejará de reembolsar pagos de medicamentos homeopáticos. La ministra es valiente pero no tonta, antes encargó a un organismo público que dictaminara con una evaluación científica; la conclusión era de esperarse, la homeopatía no funciona y quien la quiera tendrá que pagar por ella.

Desde antes que Francia, paulatinamente los gobiernos y universidades han ido honrando la realidad y han dejado de promover, financiar y autorizar la práctica de la homeopatía. En el Reino Unido se le ha calificado oficialmente como “no ética” por dañar a los enfermos con gastos inútiles y peligrosos retrasos de tratamientos. Es el momento, no hay por qué dejar al gradualismo algo que habremos de hacer tarde que temprano. El dinero de la salud pública es precioso y no puede usarse para terapias alternativas, por baratas y culturalmente engranadas que parezcan. En este Siglo XXI debe haber una medicina sola: la que se fundamenta en la mejor evidencia disponible y que mide la eficiencia de sus decisiones. A nadie se le pide lanzarse ciegamente a un ruego a imponer el cambio, pero pidamos como hizo Francia a un panel de sus mejores científicos y profesionales que brinde una recomendación; estoy seguro que la conclusión irá por el abandono y el pase a la historia. Es una transformación que se necesita; ya que estamos en la 4T de México, que el movimiento se demuestre andando.