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Mientras moría Abel Revill Ochoa, la familia de las victimas recuperó la paz: testigo

La periodista Imelda García narra cómo fueron los últimos 23 minutos del nacido en México y condenado a la pena capital por homicidio múltiple

Escrito en MUNDO el

La periodista Imelda García, del diario Al Día Dallas, presente en la ejecución de Abel Ochoa, ocurrida en la capital texana, describe cómo luego de la inyección letal que recibió el nacido en México y nacionalizado estadounidense, en 23 minutos se durmió y luego comenzó a morir. Mientras eso ocurría la familia de sus víctimas pasó de la rabia y el llanto, a la tranquilidad.

“Se quedó dormido, se oyeron dos ronquidos, le cambiaron las facciones y 10 o 15 minutos después la cara se le veía relajada y luego el color le cambió”, dice la reportera, en entrevista con La Silla Rota.

“Entre la inyección y declararlo muerto 23 minutos, todos en la sala estaban en silencio salvo los familiares que hicieron intercambio de frases y a los 20 minutos lo revisó el doctor y decidió que ya está muerto, vio la hora y el director la repitió para que quede asentado”, agrega García, una de las cinco periodistas que atestiguó la ejecución de Abel Ochoa el 6 de febrero pasado.

Abel Ochoa fue sentenciado a la pena capital en 2003, acusado por el asesinato de cinco personas. En una ciudad como Texas, donde la pena de muerte es común y donde es posible encontrar armas en venta en los Walmart, el caso conmocionó a la opinión pública.

Las víctimas de Ochoa fueron su propia esposa, Cecilia Ochoa; sus dos hijas, Crystal y Anahí, de 7 años y de 9 meses, respectivamente; su suegro, Bartolo Alvizo y su cuñada Jacqueline, y dejó malherida a otra hermana de su esposa, Alma Alvizo, quien perdió un riñón y debió pasar hospitalizada tres meses.

Ese 7 de febrero, día de la ejecución, Jonathan Durán, hijo de la esposa de Ochoa, y su abuela María de la Luz Alvarado, así como Angélica Reyna y Rubí Faz, hermana y sobrina de Cecilia, respectivamente, acudieron a ver morir a Abel.

“De la familia lo que vi cuando entran y ven a Abel es que se les nota el odio, el resentimiento y el dolor. Me imagino que no lo habían vuelto a ver. Cuando lo vuelven a hacer se les desbordan sus sentimientos, hay llanto, hay manoteos”, recuerda la reportera de Al Día Dallas, versión en español de DallasNews.

“Al ponerle la inyección siguen las lágrimas y durante esa espera de 23 minutos que parecen 3 horas, ellos se fueron calmando, ya al irlo viendo se tranquilizaron y cuando salieron de ahí salieron con dolor pero tranquilos.

“Cuando salen y dan conferencia luego de 20 minutos, están más en control de sí mismos, cosa que adentro no sucedió cuando estaban alterados”, explica.

García dice que tuvo acceso a la Sala de Ejecuciones porque las autoridades permiten que un representante de un medio de comunicación de la ciudad donde ocurrió el crimen del sentenciado pueda estar presente. Ella lo pidió y se lo dieron. Al llegar la acreditaron y ella ingresó a las instalaciones de la prisión sin grabadora o celular, por las restricciones impuestas por las autoridades, que en cambio sí le permitieron llevar las herramientas de todo reportero: una libreta y un lápiz. El acceso a la sala de ejecución no se lo dieron apenas llegar, sino que debió esperar y cuando ingresó, estaba en una sala adjunta a la de los familiares de las víctimas, a quienes veía a través de un vidrio.

“Nos metemos a prisión y ahí sí afuera de la sala de testigos, estamos 5 minutos y ya nos metieron y cerraron la puerta de la sala de testigos. Estaban la familia, los reporteros de medios de comunicación, representantes del Poder Judicial de Texas, el sheriff, y cuando entras Abel ya estaba acostado, sujeto y escuchas que empieza a pronunciar sus últimas palabras. Arriba de la camilla hay un micrófono y el sonido da al cuarto de testigos, cuando termina de dar su testimonio final, alguien se acerca y lo inyectan”

Cuestionada sobre cuáles fueron las últimas palabras de Ochoa, responde que le dio gracias a Dios y le pidió perdón a su familia política.

“Les dijo que los quería y les pidió que lo perdonaran por el dolor que les había causado. Es muy impactante. Yo había visto muertos, pero no ver morir a alguien frente a tus ojos. Ahí vi la rabia, el dolor de los familiares de las víctimas. Súmale estar en la prisión para pasar a los guardias, entonces es un coctel muy impactante y salí sacudida de ahí. Tomas aire, porque estás haciendo tu trabajo.

“Yo me pregunté por qué dejan pasar periodistas y la razón de las autoridades es porque nos convertimos en el ojo público que testifica que las cosas se hagan bien, que le pongan bien la inyección, observar si no le pegan, si no hay una falta de respeto, tú eres imparcial. Es abrir la puerta a la transparencia, nos convertimos en los ojos del pueblo y es para que haya testigos imparciales para dar parte de lo que ocurre ahí y que se siguen los protocolos”.

LA CAPITAL DE LAS EJECUCIONES

El asesinato de Abel ocurrió en 2002 y la sentencia la recibió en 2003, rememora la reportera, luego de que hizo una inmersión periodística para empaparse de la información sobre el caso. Al momento de la ejecución el nacido mexicano tenía 47 años.

De alguna manera el caso es uno más, por el número de ejecuciones que ocurren en la entidad, y de aquí a mayo ya hay programadas 7 más.

“Texas es la capital de las ejecuciones, es donde más ejecuciones se cometen, es el castigo y se da a los asesinos capitales. Hay ciertas características para tipificarse así, el fiscal que persigue el caso ve si la recomienda o no. Cuando eso pasa y recomienda y trata de convencer al jurado, es el jurado ciudadano el que decide para que sea la fuerza de la gente y cuando hay estos casos no se arma expediente de un ciudadano contra otro, es el pueblo de Texas contra el acusado, es muy grande. El pueblo decide si es culpable o no y si es pena de muerte o no”, describe.

Dice que el grupo racial con mayor número de ejecuciones es el afroamericano, lo que causa protestas por un probable racismo; después vienen los hispanos y en tercer lugar los anglosajones. En el caso de Abel, la posesión de su arma era legal, incluso era para la protección de su familia. Pero con esa arma mató a su familia política y a dos de sus hijas.

La periodista explica que Abel arrastraba problemas familiares pero la causa de la masacre se debió a un delirio causado por la abstinencia que le causó dejar de consumir 10 días crack.

“Quiere droga, la esposa no le da y los mata. Se trata de un caso que conmocionó a la región, porque mató a sus propias hijas. En los documentos de la Corte que él firma hay una confesión que fue con tanta saña que cuando lo agarran y lo llevan preso, le fijan fianza de dos millones de dólares. En la primera audiencia los policías y testigos hablan y el detective encargado del caso, le cuenta al juez como estuvo lo que hizo Abel"

“Relata que una de las partes que lo conmocionó mucho es que terminó de cargar la pistola con la que disparó a su familia, regresó a su habitación, volvió a cargar la pistola y vio que su hija de 7 años se echó a correr cuando lo vio con el arma. Él la persiguió y la mató por la espalda y le dio cuatro tiros. Eso al juez se le hace escandaloso y sube la fianza a 5 millones de dólares, eso te habla de la saña que vieron en él y eso provoca una conmoción en la ciudad”.

García escribió dos notas previas a la ejecución de Ochoa y recibió correos de personas que recordaban el caso.

Ochoa nació en México, pero desde que tenía dos años de edad sus padres se lo llevaron a vivir a Estados Unidos, por lo que era ciudadano de ese país y decidió presentarse así al juicio, por eso rechazó el apoyo del consulado mexicano.

LA SOLEDAD DE LA EJECUCIÓN

Previo a la ejecución hubo grupos que mostraron su repudio, pero no por Ochoa, sino porque se oponen a la pena de muerte. Pero el 6 de abril ningún grupo llegó a las afueras de la prisión, como se esperaba.

“Cuando va a ser la ejecución el frente de la prisión es una callecita. Dos horas antes cierran el acceso que da a la calle con cordones amarillos, para evitar irrupción de activistas. Ese día no llegaron”.

Tampoco ese día llegó nadie de su familia de sangre. Según información que obtuvo la reportera de Al Día Dallas, se debió a que así lo solicitó Ochoa.

“No hubo nadie, pregunté si era decisión de él y me dijeron que él tenía potestad de invitar gente, no lo hizo, aunque previamente recibió visitas de su familia”.

García reconoce que fue impactante presenciar una ejecución, pero también se trató de una oportunidad única en el ámbito profesional.

En su cobertura solicitó una entrevista con Ochoa, quien no aceptó. Pero en su investigación encontró que hace unos años sí habló con dos reporteros, donde afirmó que las drogas destruyeron su vida.

“Les dijo que si conocían a alguien metido en drogas le recomendaran que se saliera porque iba a terminar mal con las drogas. Si alguna moraleja tiene el caso es que hay que tener cuidado con esto”, concluye.

(José Guaderrama)