Hace más de  371 años nació Sor Juana Inés de la Cruz. La religiosa y escritora que está más vigente que nunca si nos acercamos su vida. Para muchos autores su personalidad ha rebasado su obra, pues se trató de una mujer que no le importaron los medios para hacer lo que más le apasionaba, acceder al conocimiento y escribir.

En una feria del libro de la UNAM, encontré un libro, que curiosamente era de los más vendidos y es del que les voy a contar, se trata de Sor Juana Inés de la Cruz. Ecos de mi pluma. Antología en prosa y verso, editado por Martha Lilia Tenorio, doctora en literatura hispánica especializada en poesía de los Siglos de Oro y poesía de la Nueva España.

Este ejemplar es una joya, para empezar, contextualiza contando un poco de la vida de la monja, de la cual en realidad se sabe poco y se ha ido armando a base de cartas que ella misma escribió y la biografía de padre Diego Calleja, con quien mantuvo correspondencia por alrededor de 20 años.

Posteriormente, Martha Lilia presenta una antología de prosa y verso de la obra de Sor Juana. El plus es la explicación que hace de los versos, de las palabras, pues es un español que en la actualidad nos complica entender, entonces la editora nos lleva de la mano por las letras de esta monja rebelde.

De su vida se cuenta que Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, nació la noche de un 12 de noviembre, a la sombra de los volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Según un acta de bautismo encontrada por uno de sus supuestos descendientes, ella vino al mundo en el año 1648, pues el documento apunta que el 2 de diciembre recibió el sacramento y que era “hija de la Iglesia”, así eran llamados quienes nacían fuera del matrimonio.

Martha Lilia explica que este hecho no era un estigma que impidiera a las personas llevar una vida normal, ya que en la época novohispana había muchas personas en la misma condición.

Su lugar de nacimiento fue San Miguel Nepantla, en el Estado de México, y si bien Pedro Manuel de Asbaje e Isabel Ramírez de Santillana nunca se casaron, formaron una familia con otras dos hijas, Juana Inés fue la segunda. Se sabe que los padres se separaron y su mamá se unió con otro hombre con el que tuvo otros tres hijos, también fuera del matrimonio.

En una carta, Sor Juana cuenta que aprendió a leer a los tres años pues acompañaba a su hermana que tomaba clases con una maestra. 

Otro personaje fundamental en la niñez de Juana Inés, que varios autores señalan, fue su abuelo Pedro Ramírez, quien tenía una hacienda en Panoayan con una biblioteca que fue como el salón de juguetes de la pequeña futura décima musa. En este lugar, también aprendió a hablar náhuatl.

Hay una anécdota muy conocida del padre Calleja, que cuenta: “Todavía no llegaba a los ocho años, cuando la iglesia de su pueblo le pidió que compusiera una loa para la fiesta del Santísimo Sacramento; la niña aceptó el encargo porque le ofrecieron de premio un libro”. 

Sor Juana llegó a la capital de la Nueva España, es decir la Ciudad de México hacia el año 1659, se sabe que vivió con unos parientes y cuando tenía 16 años, su familia se dio cuenta que corría el riesgo de “ser perseguida por ‘discreta’ (inteligente) y desgracia no menor, por hermosa”.

Entonces la llevaron a la corte del virrey marqués de Mancera, donde entró como criada de la virreina. Fue en esta etapa que ocurrió unos de los momentos más importantes de su vida: el examen al que fue sometida con cuarenta especialistas de distintas disciplinas, mismo que Juana Inés contestó acertadamente ante la sorpresa del mismísimo virrey, que no daba crédito a que una joven de origen humilde pudiera saber tanto.

Martha Lilia señala que no hay información documentada que pudiera develar más sobre la vida Sor Juana en la corte y por qué decidió entrar al convento de San José de las carmelitas descalzas, en cual solo estuvo solo tres meses, probablemente por su dura disciplina. Fue hasta 1669 que hizo profesión de fe en el convento de San Jerónimo. 

A Juana Inés no le atrajo la idea del matrimonio, sus pasiones eran la lectura y escritura, entonces se hizo monja no por vocación, sino porque vio ahí la oportunidad de dedicarse con más libertad al estudio, tendría un sustento, aunque tuviera que someterse a la disciplina de las religiosas y los votos. 

Se dice que su celda era amplia y contaba con una basta biblioteca donde tenía libros de todo tipo de tema, incluso prohibidos, otras iglesias le encargaban escribiera villancicos para sus fiestas pero tenía que enfrentar el celo de su confesor, Antonio Nuñez de Miranda, que estaba obsesionado en convertirla en una monja ejemplar pero no contaba con la astucia de Sor Juana que aprovechó la llegada de los nuevos virreyes, se los echó a la bolsa en su bienvenida con la composición del Neptuno alegórico, se convirtieron en sus protectores y lo mejor, pudo despedir a su confesor. 

Así comenzó la etapa más prolífica de la carrera de Sor Juana como escritora: villancicos, sonetos amorosos, filosóficos, morales, incluso obscenos. Martha Lilia indica:

 “Además vivió lo que muy pocos poetas de su época: la publicación de sus obras, compiladas en tres tomos, los tres publicados en España: la Inundación castálida, en 1869, el Segundo volumen, en 1692, y la Fama y Obras póstumas, en 1700. Los dos primeros tomos se reimprimieron varias veces. Por casi cuarenta años, sor Juana fue un auténtico best-seller”. 

Pero vino la última etapa de su vida, que es todo un misterio, el padre Núñez volvió a ser su confesor, ella entró en una crisis de la cual existen muchas lagunas para saber que fue lo que pasó, pero Sor Juana, la décima musa se rindió, vendió su biblioteca y sus instrumentos, sus tesoros más preciados, las ganancias las donó a la caridad. Pidió perdón por sus pecados al Tribunal Divino y en 1693 dejó de escribir.

Dos años más tarde, la muerte alcanzó a Sor Juana Inés de la Cruz, una epidemia de tifus la sorprendió y un 17 de abril de 1695 murió la mujer más sorprendente del barroco hispánico, a la que más allá de su fascinante personalidad, vale la pena conocerla más a través de sus versos.

Finjamos que soy feliz,

triste pensamiento, un rato;

quizá podréis persuadirme,

aunque yo sé lo contrario,

que pues sólo en la aprehensión

dicen que estriban los daños,

si os imagináis dichoso

no seréis tan desdichado.

Sírvame el entendimiento

alguna vez de descanso, 

y no siempre esté el ingenio

con el provecho encontrado.

Todo el mundo es opiniones

de pareceres tan varios,

que lo que el uno que es negro

el otro prueba que es blanco.

A unos sirve de atractivo

lo que otro concibe enfado;

y lo que éste por alivio,

aquél tiene por trabajo.

El que está triste, censura

al alegre de liviano;

y el que esta alegre se burla

de ver al triste penando.

(Fragmento)