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Transmigrantes: discriminados, en el olvido y bajo el acecho del covid

Cientos de migrantes travestis que se dedican al trabajo sexual en la frontera sur sufren del asecho policiaco y social, además de temerle al coronavirus

Escrito en ESTADOS el

TUXTLA GUTIÉRREZ (La Silla Rota).- Miles de migrantes de la comunidad lésbico-gay, dedicados al trabajo sexual, que huyeron de sus países en Centroamérica en busca de refugio en México, no solo han padecido hambre, pobreza y violencia, sino que ahora se enfrentan a otra vicisitud: ¿cómo ganar dinero en tiempos de coronavirus?

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De acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), con sede en Tapachula, solo el año pasado al menos 70 mil personas solicitaron refugio en México. De ese número, agrega, cerca del 16 por ciento pertenece a la comunidad LGBTI.

No obstante, Rosemberg López Samayoa, director de la asociación civil “Una Mano Amiga en la Lucha contra el Sida”, asevera que, a pesar de que no se cuentan con cifras oficiales por la intensidad con la que se mueve la migración, al menos 7 u 8 de cada 10 transmigrantes se dedica al trabajo sexual, por necesidad, para sobrevivir.

Ante un panorama complejo de discriminación y acoso incluso policiaco, a esas personas no les queda más que “ofrecer su cuerpo” a cambio de dinero, pues pocos son los que obtienen un empleo diferente, lo que también se dificulta porque los trámites para su estancia legal en el país son engorrosos y absorben una gran cantidad de tiempo, documentación necesaria para que les den ese espacio en una empresa, advierte en entrevista.

Algo que le preocupa desde hace tiempo, y no solo en esta época de pandemia, es la falta de acceso a servicios de salud para la comunidad LGBTI, puntualiza López, quien lamenta que no se cumpla lo estipulado en la Constitución mexicana en favor de la migración.

¿O los “mareros” o la covid?

Empero, el panorama para las “chicas transmigrantes” es más complejo de lo que parece por la covid-19: como desde hace al menos un mes fue “cerrado” el centro de Tapachula, se ven limitadas para laborar y “captar” clientes, a lo que se suma el incisivo acoso policiaco.

Hay muchos riesgos ahora, porque los espacios de trabajo se limitan, y al acudir a otros sitios, pues se corre más peligro, son más vulnerables, porque pueden ser espacios no seguros

Según esa AC, la desesperación y el pánico se apoderan de las personas con otra orientación sexual, pues ya no desean ser utilizadas por la Mara Salvatrucha: ya sea como una “pareja sexual” o como “mulas” para pasar estupefacientes a las cárceles.

Kimberly, travesti hondureño en tuxtla

En enero de este 2020, Kimberly no lo pensó más: tomó las pocas pertenencias que tenía, las metió en una mochila y decidió dejar su natal Tegucigalpa, Honduras, porque estaba cansada de que los “mareros” (integrantes de la pandilla Mara Salvatrucha) lo extorsionaran e, incluso, lo quisieran involucrar en temas de trasiego o venta de drogas a menor escala.

En la actualidad, el varón de 27 años, de 1.85 metros de alto, tez morena y cabellera larga se gana la vida, al menos tres veces a la semana, en una de las céntricas calles de Tuxtla Gutiérrez, en espera de clientes.

Soy travesti, así que para maquillarme y todo, me llevo como dos horas, y ya que estoy lista, salgo en búsqueda del pan… lo hago desde hace nueve años, allá en Honduras, pero ya era insoportable pagarle a los maras, a quienes les tenían que dar alrededor de mil pesos semanales, si no ya sabes, te matan, te violan, te acaban la vida

No obstante que sí le teme a la nueva enfermedad, el coronavirus, advierte que no le queda de otra que cuidarse hasta donde se pueda, aunque también ha resentido la baja de clientes, tanto por ese virus como por las incesantes lluvias que han caído en los últimos días en la ciudad.

Por el momento, externa, quienes la buscan son más los jóvenes de entre 20 y 25 años de edad, pues está segura de que los clientes mayores no llegan por temor a contagiarse de covid-19.

Es complicado, pero pues trato de evitar algunas cosas, como besarme con ellos, o incluso hay quienes me piden que les proporcione gel antibacterial para las manos, o que yo me limpie con ese producto en otras partes de mi cuerpo y así me puedan acariciar

A pesar de que a la llegada a Chiapas, fue interceptada por agentes migratorios en el Pueblo Mágico de Palenque, por donde se trazará una parte del Tren Maya y luego “encerrada” por algunos días, Kimberly, ataviada con un vestido rojo que casi permite ver sus glúteos, se siente contenta en el país, pues al menos no ha sido perseguida por la policía local, ni por entes de la delincuencia organizada.

“Algo obtengo en los días que trabajo, unos mil o mil 500 a la semana; ya es algo, aunque mi intención es seguir hacia la Ciudad de México, pues ahí a muchas conocidas les va mejor”, revela en entrevista con La Silla Rota.

En su oportunidad, Kristin Riis Halvers, jefa de Suboficina del ACNUR en Tapachula, Chiapas, acepta que aún hay “muchas barreras” que dificultan que un migrante con otra preferencia sexual se mueva de forma tranquila al menos en Chiapas.

Hasta el 2015, la mayor parte de migrantes de la comunidad LGBTI provenían del llamado “Triángulo de Centroamérica”: Honduras, El Salvador y Guatemala; sin embargo, en los últimos tres años se visibiliza la presencia de sudamericanos, del Caribe e incluso extracontinentales.

Norma Dilery Sánchez Magdaleno, mejor conocida como “Tevea”, camina de igual forma por las céntricas calles de Tuxtla, sobre todo más al norte de la misma, y por las noches. Vestida con una especie de malla que deja ver incluso sus senos, la trabajadora sexual originaria de Chiapas refiere que sin duda se sienten más vulnerables con la presencia del SARS CO-v2, aunque no les queda otra que “chambear duro”, lo más que se pueda.

Tras referir que la clientela ha bajado en las últimas semanas, lo que también es común en temporada de precipitaciones, comenta que tiene una “cartera de clientes” seguros, “pero aun así se complica, está muy difícil”.

“Tevea” renta, junto con otras tres compañeras —dos centroamericanas—, un cuarto cerca de donde ofrece sus servicios sexuales. Sin embargo, acepta que en los últimos tiempos quienes las buscan se inclinan más por quienes provienen de otros países.

“Pero esos clientes se abusan, porque como las ven vulnerables, como les dicen que vienen de Honduras, de El Salvador, pues ahí aprovechan a regatear, y pues a mis compañeras no les queda de otra que aceptar, porque tienen que comer, porque su estancia legal aún está en trámite, y eso les complicado todo”, subraya quien, desde los 17 años (hoy tiene 43), se dedica a este oficio.

Mientras ella le cobra a una persona 500 pesos por el servicio, una “chica trans” centroamericana puedo ofrecer lo mismo, pero a mitad de precio. Sin embargo, insiste, “es la necesidad la que las orilla a eso”.

 

En sí, menciona la también integrante del Colectivo Red Abierta, requieren de apoyos, ya sea desde una despensa o hasta recursos económicos para subsistir, “Salud estatal nos ofreció condones e información sobre el covid-19, pero nada más”.

En lo que va de este año, “Tevea” ha convivido por lo menos con un centenar de compañeras transmigrantes que se dedican a lo mismo que ella. “Pero solo van de paso, esperan a regularizar su estancia, que les den el asilo, y siguen hacia la CdMx”.

Sin duda, dice de nueva cuenta Rosemberg Román, habría más tópicos pendientes, como la salud y la regularización de los migrantes “trans”, entre otros servicios y objetivos a resolver. “Lo que nos da mucho gusto es que ya hay albergues, al menos en Tapachula, que atienden a la población LGBTI, lo que antes no ocurría, incluso se negaban”, reconoce.

Para él, otros de los retos serían el acceso a la justicia y lo inherente al empleo, lo que muchas veces queda lejano para esa comunidad, lo que la orilla a dedicarse al trabajo sexual, y “si tienen suerte”, son contratadas en algunas estéticas o fondas.